miércoles, 21 de enero de 2015

Nada que perder

Y me vi envuelto de nuevo, en un remolino de empujones, puñetazos y patadas al viento, divagando entre los gritos de la letra de cualquier canción punk, de un lado para otro, sin saber dónde vas a acabar, dónde estás yendo, o dónde has empezado. Con cerveza y restos de alcohol saltando por todos lados. Siendo arrastrado por el ritmo, el ruido y la muchedumbre eufórica y borracha, viviendo cada noche como si fuera la última, y desperdiciando el verdadero final en cualquier casa.
Salí volando del cúmulo de gente bailando al son de los golpes, que me mecían sin saber ni quién era, como el mar en plena tormenta. Con una estúpida sonrisa dibujada por el alcohol y alguna que otra droga, caí como una pluma de plomo al suelo, mientras veía volar vasos y botellas de múltiples bebidas a cámara lenta sobre mí, con todos dando pasos descuidados y tambaleantes bastante cerca de mi cabeza. Y seguía sonriendo mirando a la nada, observando cómo ocurría todo, y me divertía.
Nadie me levantaba. Me sentía como Peter Pan en aquella escena cuando Garfio le derrota, pero a mí no me van a salvar con un beso. Esos besos ya se los está llevando mi mejor amigo en cualquier baño del local, y seguramente alguna cosa más. La magia se había acabado, y había dejado de creer en las hadas. Cuando me vi a mí mismo otra vez a cien gracias a unos polvos amarillos de un amigo, con magia limitada y con efectos secundarios, me di cuenta de que había tocado fondo. Que ni el subidón iba a volver ni que ella iba a hacerlo, aunque estar deprimido tampoco me durara toda la vida. Así que me quedé ahí tirado, riendo, esperando un beso que jamás llegaría, susurrando a duras penas con voz carrascosa la letra de otra triste canción punk.
Había bebido, me había drogado, y me había emborrachado. Yo, quien se suponía que era el único que se acordaba de todo después de las fiestas precisamente por no hacer nada de eso. En definitiva, me has tocado fondo. Y has seguido escarbando, sólo para ver de lo que eres capaz. De cuánto tengo que perder. De hasta dónde puedes llegar.
De cuánto voy a aguantar.
Y sólo me queda conformarme. Con un beso rápido y a destiempo, olvidado. Con un par de abrazos y una sonrisa. Con darlo todo por quien te pisa. Ver cómo se lo das todo a quien coge mi todo para dártelo reutilizado.
Sólo me queda conformarme con un par de copas y la boquilla de un cigarro mientras veo cómo te emborrachas de sus labios y suspiráis tantas veces hasta consumiros que en cada bocanada parecéis la hoguera de San Juan. Lo admito, lo vuestro sí es fuego, y provocaréis más incendios de los que se puedan apagar, y no habrá nunca agua suficiente para que os extingan, y supongo que ese es mi problema, que yo ya estoy demasiado quemado para volver a prender.


Un cigarro gastado, una cerilla usada. Ya no me queda nada. Y sigo tirado en el suelo, sonriendo sin saber qué hacer, sin que nadie me levante, ni si quiera mis pies. Nadie quiere algo usado, roto, un animal muerto o herido. Nadie me va a recoger. Y por eso sonrío, me pongo en pie, y sigo perdiéndome entre el ciclón de golpes y canciones que se condensa en el centro del local, dejando a otros llevar el rumbo, perder el norte, no saber ni mi nombre. Y volver a empezar, porque a quien más debes temer, es a quien no tiene nada que perder.


(Canción punk de fondo en el local):