Y me vi envuelto de nuevo, en un remolino de
empujones, puñetazos y patadas al viento, divagando entre los gritos de la
letra de cualquier canción punk, de un lado para otro, sin saber dónde vas a
acabar, dónde estás yendo, o dónde has empezado. Con cerveza y restos de
alcohol saltando por todos lados. Siendo arrastrado por el ritmo, el ruido y la
muchedumbre eufórica y borracha, viviendo cada noche como si fuera la última, y
desperdiciando el verdadero final en cualquier casa.
Salí volando del cúmulo de gente bailando al son de
los golpes, que me mecían sin saber ni quién era, como el mar en plena
tormenta. Con una estúpida sonrisa dibujada por el alcohol y alguna que otra
droga, caí como una pluma de plomo al suelo, mientras veía volar vasos y
botellas de múltiples bebidas a cámara lenta sobre mí, con todos dando pasos
descuidados y tambaleantes bastante cerca de mi cabeza. Y seguía sonriendo
mirando a la nada, observando cómo ocurría todo, y me divertía.
Nadie me levantaba. Me sentía como Peter Pan en
aquella escena cuando Garfio le derrota, pero a mí no me van a salvar con un
beso. Esos besos ya se los está llevando mi mejor amigo en cualquier baño del
local, y seguramente alguna cosa más. La magia se había acabado, y había dejado
de creer en las hadas. Cuando me vi a mí mismo otra vez a cien gracias a unos
polvos amarillos de un amigo, con magia limitada y con efectos secundarios, me
di cuenta de que había tocado fondo. Que ni el subidón iba a volver ni que ella
iba a hacerlo, aunque estar deprimido tampoco me durara toda la vida. Así que
me quedé ahí tirado, riendo, esperando un beso que jamás llegaría, susurrando a
duras penas con voz carrascosa la letra de otra triste canción punk.
Había bebido, me había drogado, y me había
emborrachado. Yo, quien se suponía que era el único que se acordaba de todo
después de las fiestas precisamente por no hacer nada de eso. En definitiva, me
has tocado fondo. Y has seguido escarbando, sólo para ver de lo que eres capaz.
De cuánto tengo que perder. De hasta dónde puedes llegar.
De cuánto voy a aguantar.
Y sólo me queda conformarme. Con un beso rápido y a
destiempo, olvidado. Con un par de abrazos y una sonrisa. Con darlo todo por
quien te pisa. Ver cómo se lo das todo a quien coge mi todo para dártelo
reutilizado.
Sólo me queda conformarme con un par de copas y la
boquilla de un cigarro mientras veo cómo te emborrachas de sus labios y
suspiráis tantas veces hasta consumiros que en cada bocanada parecéis la
hoguera de San Juan. Lo admito, lo vuestro sí es fuego, y provocaréis más
incendios de los que se puedan apagar, y no habrá nunca agua suficiente para
que os extingan, y supongo que ese es mi problema, que yo ya estoy demasiado
quemado para volver a prender.
Un cigarro gastado, una cerilla usada. Ya no me
queda nada. Y sigo tirado en el suelo, sonriendo sin saber qué hacer, sin que
nadie me levante, ni si quiera mis pies. Nadie quiere algo usado, roto, un
animal muerto o herido. Nadie me va a recoger. Y por eso sonrío, me pongo en
pie, y sigo perdiéndome entre el ciclón de golpes y canciones que se condensa
en el centro del local, dejando a otros llevar el rumbo, perder el norte, no saber
ni mi nombre. Y volver a empezar, porque a quien más debes temer, es a quien no
tiene nada que perder.
(Canción punk de fondo en el local):