Me he encontrado a Lady Madrid en todas las esquinas
de Malasaña. A Dolores a las puertas de un bar de Chamartín. Y cada noche me ha
parecido perder la esperanza de encontrarte a ti. Perdida entre tus dudas
infinitas, cerrando heridas con los tapones de botellas de alcohol, recogiendo
tus tacones del suelo, y bajando Gran Vía con la salida del sol.
Hacías las noches eternas bajando las persianas de
tu habitación, soñando con algún concierto, otra fiesta, y a veces, incluso un
poco de amor.
Eres la reina de la barra de todos los peores
lugares, la reina del corazón de unos cuantos borrachos, y a pesar de tenerlos
a todos debajo de tus tacones, no podías gobernarte ni a ti misma.
Perdiendo el sentido de todo en la cama,
reencontrándolo en el alcohol. Y por no decir todo lo que fumabas, que nadie
sabía cómo aún te quedaba algún pulmón. Perdiendo el culo por el tonto de
turno, siempre acababas llorando en algún rincón, y cuando atrancabas la puerta
del baño, no te sacaba ni el dueño.
Recorriendo las calles mojadas, descalza y demasiado
cansada, desperdiciando toda una vida con personas que no valen nada. Te
dejabas ver de día inmersa en libros y tiendas de discos, echando a perder el
pintalabios con tus dientes cada vez que veías un suculento título o algún
disco de tus artistas favoritos. Bailabas desnuda con Bowie y The Smiths cuando
te ponías melancólica, gritando que querías ser una heroína por un día, y que
si tú eras la reina, también estabas muerta.
Y en el fondo, sólo querías salvarte a ti misma.
Enamorada de los días salvajes, te escondías entre
el edredón cada vez que escuchabas a la realidad llamar cada mañana a tu
puerta. Siempre evadiendo la vida, siempre perdiéndote en las fiestas. Pero en
el fondo sabías que ninguna de todas esas botellas podría llenar el vacío de no
tener unas medias que no estuviesen rotas, ni nadie a quien querer.
Lady Madrid de pega, la verdad no es para ti, te
derrumbas en las aceras, no subes a las azoteas ni miras a las estrellas,
porque ya ni si quiera ellas creen en ti.