“Deja de
intentar controlarlo todo y suéltate de una maldita vez”, me dijo.
Queremos el
control, nos pasamos la vida organizando y desperdiciando horas para controlar
situaciones, empresas, negocios, países o directamente personas. Anhelamos el
control, ansiamos que todo esté a nuestro alcance, y la única razón de ello es
porque vivimos controlados. Nos han enseñado desde que nacemos que algo sin
control está mal. Sin embargo, ¿cuántas cosas podemos controlar realmente? Si
podemos perder el control sobre nosotros mismos, cómo pretendemos controlarlo
todo.
No quieren que
soltemos el volante porque si no seremos incapaces de seguir su perfecto
camino.
¿Por qué siempre
queremos lo que no tenemos y despreciamos todo cuando lo conseguimos? A quién
le importa, sigue conduciendo. Consumiendo.
La perpetuación
de una especie prefabricada, sometida a la obsolescencia. Los gobiernos y
sistemas son la fábrica más defectuosa del mundo.
Quizá la
autodestrucción sea la verdadera creación de todo lo que somos y todo en lo que
creemos. La decadencia es el alimento de la rutina, porque los atardeceres y
los viajes a sitios hermosos sólo son fotografías.
Cuando se jode
nuestra vida todo se vuelve un cubo de ladrillos en el que sólo estás tú y todo
lo que pueda hacerte daño. Y entonces lo coges, y no te separas de ello, porque
es lo único que te hace sentirte mínimamente vivo en un mundo de plástico, o
que te evade de él. Si no somos controlados, nos redirigen a la redención de la
inmolación lenta.
Nos convierten
en tarjetas de identidad, números de
cuentas bancarias, matrículas de coche, números de teléfono, direcciones de
viviendas. A quién le importa lo que eres mientras puedan resumirte a un
documento legal. Quizá cuando teníamos ideas nos dieron las drogas para que no
tuviéramos que desarrollarlas por nosotros mismos, o para que estuviéramos
demasiado ocupados como para fecundarlas. Nos dieron la televisión para que no
tuviéramos que encontrar chistes ni tener pensamientos demasiado profundos. Nos
dieron los roles de género para no tener que preocuparnos de conocernos entre
nosotros. Nos dieron el fútbol, la política, el constante bombardeo de
lascivia, el dinero, la crisis, los productos de entretenimiento. Somos el
bufón del mundo que se ríe de su reflejo mientras se cree por encima de su
propia imagen.
Quizá por eso
nos prohibieron perder el control, dejarnos llevar. Porque no se puede crear
ideas en masa. Porque perder el control está mal, si no tienes un plan está
mal. La impulsividad, la espontaneidad, el atrevimiento, lanzarse al vacío a
descubrir si puedes volar y que no te importe saber dónde está el suelo.
A ningún
vendedor de jaulas le gusta que los pájaros vuelen.