domingo, 24 de abril de 2016

Minutero.

“Deja de intentar controlarlo todo y suéltate de una maldita vez”, me dijo.

Queremos el control, nos pasamos la vida organizando y desperdiciando horas para controlar situaciones, empresas, negocios, países o directamente personas. Anhelamos el control, ansiamos que todo esté a nuestro alcance, y la única razón de ello es porque vivimos controlados. Nos han enseñado desde que nacemos que algo sin control está mal. Sin embargo, ¿cuántas cosas podemos controlar realmente? Si podemos perder el control sobre nosotros mismos, cómo pretendemos controlarlo todo.

No quieren que soltemos el volante porque si no seremos incapaces de seguir su perfecto camino.

¿Por qué siempre queremos lo que no tenemos y despreciamos todo cuando lo conseguimos? A quién le importa, sigue conduciendo. Consumiendo.

La perpetuación de una especie prefabricada, sometida a la obsolescencia. Los gobiernos y sistemas son la fábrica más defectuosa del mundo.

Quizá la autodestrucción sea la verdadera creación de todo lo que somos y todo en lo que creemos. La decadencia es el alimento de la rutina, porque los atardeceres y los viajes a sitios hermosos sólo son fotografías.

Cuando se jode nuestra vida todo se vuelve un cubo de ladrillos en el que sólo estás tú y todo lo que pueda hacerte daño. Y entonces lo coges, y no te separas de ello, porque es lo único que te hace sentirte mínimamente vivo en un mundo de plástico, o que te evade de él. Si no somos controlados, nos redirigen a la redención de la inmolación lenta.

Nos convierten en tarjetas de  identidad, números de cuentas bancarias, matrículas de coche, números de teléfono, direcciones de viviendas. A quién le importa lo que eres mientras puedan resumirte a un documento legal. Quizá cuando teníamos ideas nos dieron las drogas para que no tuviéramos que desarrollarlas por nosotros mismos, o para que estuviéramos demasiado ocupados como para fecundarlas. Nos dieron la televisión para que no tuviéramos que encontrar chistes ni tener pensamientos demasiado profundos. Nos dieron los roles de género para no tener que preocuparnos de conocernos entre nosotros. Nos dieron el fútbol, la política, el constante bombardeo de lascivia, el dinero, la crisis, los productos de entretenimiento. Somos el bufón del mundo que se ríe de su reflejo mientras se cree por encima de su propia imagen.

Quizá por eso nos prohibieron perder el control, dejarnos llevar. Porque no se puede crear ideas en masa. Porque perder el control está mal, si no tienes un plan está mal. La impulsividad, la espontaneidad, el atrevimiento, lanzarse al vacío a descubrir si puedes volar y que no te importe saber dónde está el suelo.





A ningún vendedor de jaulas le gusta que los pájaros vuelen.