lunes, 29 de junio de 2020

Vidas Ajenas

Como una tarde cualquiera, libro y carretera, abro el paso besando suavemente el asfalto con mis pies. Vadeo la tarde entre horas extrañas, en esos momentos en los que el sol ni sale, ni se quiere esconder. Respirando el peculiar aroma estival, que trae sonrisas hasta mi nariz. Entre la brisa se dibuja el sonido de los arbustos y su follaje, los árboles divinos que rinden homenaje a una tierra que no recuerda a qué saben sus frutos. Y me pierdo entre pendientes capitales, que cruzan la línea llana entre mi visión de vida y la del resto, arrastrando hacia sus cimas intocables los pensamientos y problemas de una rutina que jamás llegarán a conocer. Entonces entro, sumergido en las parcelas cuadradas y rectangulares, en un estado de melancolía perecedera, con fecha de caducidad al final del barrio.

Los ladrillos y las piedras que sustentan las vidas despreocupadas, ajenas al tráfico atragantado de la economía sumergida, me permiten ver a tientas  sus pequeños paraísos reducidos, mientras escucho, atento, risas de tonos que no caben en mi escala de grises. Su verde es más brillante que en cualquier pantalla, los niños parecen sacados de cuentos sobre la infancia, y rechinan con gracia las cadenas de sus columpios, las cuerdas de sus hamacas, los componentes de sus juguetes. Embelesado por una estampa peliculera, mi cabeza me lleva a destinos sin rumbo fijo, imaginando en cada acera todos los momentos que yo habría vivido.

Recreo con detalle juegos de infancia y adolescencia entre los jardines coloridos y recargados de la moderna casa a mi derecha. En el opuesto, cuentan viejas historias los amigos, repatingados en cómodos asientos alrededor de una barbacoa y unas cervezas. De frente, dibuja mi mente con sigilo, las noches estrelladas que vivimos en aquel ático descubierto, adivinando con acierto su decoración al detalle si hubiese sido aquella tu casa natal.

Y al final de la calle re-descubro mi papel imaginario en todas las vidas ajenas, las ilusiones y ojalás que colgamos en el aire, como si soplásemos flores o pidiéramos deseos en hogueras. Nos incluimos en sus cuentos por si tuviéramos derecho a ser como ellos algún día. Pero lejos de todas sus verdades, encuentro bajo los cerros mis antiguas calles, recordando el valor de las raíces, removiendo con pensamientos las tempestades. La calima del tiempo nos avisa sobre la brevedad de nuestra estancia, y yo, reducido a mi esencia, salgo de la calle

Decidiendo

Hacer de mi vida

La mía.

jueves, 4 de junio de 2020

Viendo las oportunidades pasar como trenes, como un vagabundo sentado en las vías. Y en cierto modo lo era, pues nunca sentí patria en ninguna tierra, y no hay valiente que ponga nombre al mar.

Desterrado por derecho propio, fui parido por un mundo que nunca me deseó. Mi rebeldía es amor por lo incierto, con la vista fija en las cumbres, aspirando a algo más. Nunca creí en un norte sin sentido, descabezado por sus propias ideas, y la malicia como veredicto. Me rindo al calor de los nombres que nacen en el sur, con la ese de silencio, de esclavo y solitud. Creo que con el sol nace en el este un nuevo horizonte hacia la vida, arrojados al peligro por los de arriba, siempre habrá luz entre las nubes.

Y miento si no asumo mi diaria derrota cuando rebota en mi cabeza el pensamiento de ingenuidad, cavilando como inútil el esfuerzo que hacen todos los que nacimos ya con la cruz. Pero veo sus puños y escucho sus voces, en ecos fugaces de los que ayer soñaron con un mundo mejor. Arranco los gritos, gañidos furiosos, que contra la cúpula del mundo hacen rebotar la luz.

Que nunca muera el saber del pueblo, de los que nunca supieron nada, aquellos que, ingenuos, sólo podían soñar. Que nunca mueran las personas cizallas, los que ven las cadenas y siegan mentiras con la hoz. Que nunca mueran los insomnes, que hacen de barreras faros en la madrugada, guiando sobre las olas a los sin voz.

Que viva el pueblo y la lucha armada. Larga vida a la rebelión.