Un calor extraño en el pecho se ha hecho hueco últimamente entre
mis ruinas. Retumba tan alto y arde tan fuerte que está empezando a derretir
los barrotes del muro que puse contra el mundo. Me hace temblar tanto que estoy
empezando a recordar dónde enterré mis cimientos. La base de la vida en la que
creo, aquello que me hacía tirar leña a ese fuego interno que nos guía.
Yo que pensaba en mí ya como cenizas, descubrí que el viento
silbaba una música que volvió a prender las ascuas. Entre mi tierra removida
encontré restos de mis temblores, y recordé que en vida mi pasión ardía con una
fuente inagotable de bosques. Que mi primavera era inexpugnable y que nunca
faltaban semillas para hacer florecer la
rabia que me define por naturaleza.
Me han cantado canciones de odiseas que me han recordado a
mis caminos, y el por qué Ítaca nunca será casa, ni la razón de conquistar
castillos. Creo firmemente en la inexistencia del tiempo y en lo inevitable de
las sucesiones rítmicas. Que si todo pasa por una razón y está escrito en el
firmamento, nos obligarán a tener los pies en la tierra. Pero los portadores de
este abismo no creen en fronteras ni palabras por encima de las de cualquiera,
que las banderas no significan nada en un desierto de valores.
Y de esto hablo en mi jaula, de la capacidad de contener el
contenido, de la inmoralidad que es robarnos el derecho a saber que estamos
vivos. Más allá de los cuentos de vidas pasadas, abogo por un nuevo
renacimiento, donde toda verdad tenga cabida y el corazón y la razón sean el
motor de gobierno. No creo en las despedidas paulatinas ni en los
distanciamientos, quiero piedras, rabia y fuego construyendo las cenizas de las
que nacerá un mundo nuevo.
Es difícil ver salidas entre mares grises que parecen
condenarnos siempre al hundimiento, pero creo en la posibilidad de crear nuevos
paisajes, aunque mi respuesta ante el resplandor monótono de una vida vendida
sea el salvajismo impío que hasta al más libre aterra.
Si es que hay alguien que lleve bien la libertad, que
demuestre que no pende de ninguna cuerda.
Y entre estos versos vacíos están las necesidades, de salir
corriendo, de vivir distinto, de saber que el viento acompañará mi camino. De
ir allí a donde me lleven los pies. Porque mi instinto salvaje devora el hambre
de ser otro ladrillo en la pared. Las fauces de mi vientre me gritan: ¡más
vida! Que no sirve dar de comer a este cuerpo lleno si mi alma permanece vacía.
Esta lucha de gigantes es contra el
espejo, la justicia poética de hacerse a uno mismo. Que si ponen diques a mis
mareas, me volveré un huracán y un martillo, un arma de construcción.
El sueño de ser Algo Más.
Voy a volver a ser los incendios más temidos; aunque lleve
dentro el invierno más cruel, siempre tendré calor para los míos. Porque el
corazón siempre marcará mi norte donde pongas tú mis límites, porque el amor no
se esconde y es lo único que nos hará auténticamente libres. La huida es
inevitable desde que aprendes a ver tus cadenas, y jamás habrá cárcel que pueda
atrapar nuestra luz.
Mi musa
es un faro en tierra firme.