Noches tranquilas, días de lluvia, domingos a los
que “astrománticos” se les queda corto. Días contigo.
Empezando despacio, con un contoneo de las cuerdas
de una guitarra, unos chistes malos e historias viejas. Un café caliente que
jamás me dará el calor que me dan tus brazos.
Una playa nocturna con estrellas hundidas en tus
ojos cuando haces una pausa mientras me besas. Unos detalles a escondidas para
recordarte los días más fríos. Unos besos bajo la lluvia en diciembre para que
recuerdes en cada gota que veas sin mí lo mucho que puedo llegar a quererte.
Y un tazón de sueños compartidos mientras espero en
la repisa de mi ventana que vengas a recogerme como Peter Pan y cambiar de vez
en cuando los papeles.
Me gusta dedicarte canciones que no hablen de
nosotros, que esas ya las escribiremos, porque tu Nueva York no está tan lejos
de esa guitarra que solo saco cuando toco para ti. Y decir que brillas más que
el Empire Stage, se me queda hasta vulgar para todos los universos que eres
capaz de alumbrar incluso con los ojos cerrados.
Y alguien pensará que soy un exagerado, pero eso es
porque desde luego nadie se ha parado a mirarte cuando buscas estrellas a las
tantas sin venir a cuento. Con lo fácil que es mirarte al espejo.
Llevas tres meses cosiendo suturas que no paraban de
abrirse, y lo haces tan bien y tan rápido que a veces me las deshago yo solito
por miedo a que cuando termines, tengas que irte. Vas dejando como nuevos mis
cristales rotos a golpe de besos, y acaricias todos los malos recuerdos de una
forma que casi parecen historias divertidas.
Tienes toda la magia del mundo guardada en tu
sonrisa, y sé que escondes universos por dentro, que aún me quedan muchos por
descubrir.
Llevamos sesenta días construyendo mundos por los
que viajar, aunque todas las mejores historias aún estén por escribir. Pero
andamos sin prisa, improvisando el guión, que ya sabemos caminar por cornisas y
cuándo subir al siguiente escalón. No le tenemos miedo al mundo porque siempre
podremos aprender a rugir más fuerte. No tenemos miedo a las alturas porque al
menos yo, cuando te vi, ya se me había olvidado lo que era tener los pies en la
tierra. Y jamás tendremos miedo de seguir volando más alto y de ir más lejos.
Cualquier sitio es bueno si puedo estar contigo.
Y te seguiría al fin de todos los tiempos si pudiera
ser tan eterno todos los días como cuando te beso a oscuras en mi habitación. Y
puedes tomarte eso como una invitación a darnos de la mano el resto de mis
días, porque desde la primera vez que lo hice, supe que no te quería volver a
soltar.
Te extrañaré entre idas y venidas, en tus días
ausentes, y me refugiaré en las pequeñas maravillas que me dejaste por
recuerdos, hasta que tu ausencia sean horas, o incluso un parpadeo.
Sé que has construido una casa de madera en mi
pecho, que has arreglado las goteras y las cañerías, y le has puesto
calefacción nueva.
Y sé que esta vez, no se me clavarán las astillas.