domingo, 10 de enero de 2016

La vuelta a tu cuello en sesenta días.

Noches tranquilas, días de lluvia, domingos a los que “astrománticos” se les queda corto. Días contigo.

Empezando despacio, con un contoneo de las cuerdas de una guitarra, unos chistes malos e historias viejas. Un café caliente que jamás me dará el calor que me dan tus brazos.

Una playa nocturna con estrellas hundidas en tus ojos cuando haces una pausa mientras me besas. Unos detalles a escondidas para recordarte los días más fríos. Unos besos bajo la lluvia en diciembre para que recuerdes en cada gota que veas sin mí lo mucho que puedo llegar a quererte.

Y un tazón de sueños compartidos mientras espero en la repisa de mi ventana que vengas a recogerme como Peter Pan y cambiar de vez en cuando los papeles.

Me gusta dedicarte canciones que no hablen de nosotros, que esas ya las escribiremos, porque tu Nueva York no está tan lejos de esa guitarra que solo saco cuando toco para ti. Y decir que brillas más que el Empire Stage, se me queda hasta vulgar para todos los universos que eres capaz de alumbrar incluso con los ojos cerrados.

Y alguien pensará que soy un exagerado, pero eso es porque desde luego nadie se ha parado a mirarte cuando buscas estrellas a las tantas sin venir a cuento. Con lo fácil que es mirarte al espejo.


Llevas tres meses cosiendo suturas que no paraban de abrirse, y lo haces tan bien y tan rápido que a veces me las deshago yo solito por miedo a que cuando termines, tengas que irte. Vas dejando como nuevos mis cristales rotos a golpe de besos, y acaricias todos los malos recuerdos de una forma que casi parecen historias divertidas.

Tienes toda la magia del mundo guardada en tu sonrisa, y sé que escondes universos por dentro, que aún me quedan muchos por descubrir.

Llevamos sesenta días construyendo mundos por los que viajar, aunque todas las mejores historias aún estén por escribir. Pero andamos sin prisa, improvisando el guión, que ya sabemos caminar por cornisas y cuándo subir al siguiente escalón. No le tenemos miedo al mundo porque siempre podremos aprender a rugir más fuerte. No tenemos miedo a las alturas porque al menos yo, cuando te vi, ya se me había olvidado lo que era tener los pies en la tierra. Y jamás tendremos miedo de seguir volando más alto y de ir más lejos.



Cualquier sitio es bueno si puedo estar contigo.



Y te seguiría al fin de todos los tiempos si pudiera ser tan eterno todos los días como cuando te beso a oscuras en mi habitación. Y puedes tomarte eso como una invitación a darnos de la mano el resto de mis días, porque desde la primera vez que lo hice, supe que no te quería volver a soltar.

Te extrañaré entre idas y venidas, en tus días ausentes, y me refugiaré en las pequeñas maravillas que me dejaste por recuerdos, hasta que tu ausencia sean horas, o incluso un parpadeo.

Sé que has construido una casa de madera en mi pecho, que has arreglado las goteras y las cañerías, y le has puesto calefacción nueva.



Y sé que esta vez, no se me clavarán las astillas.