Hacía tiempo que no
me planteaba si quiera esto, pero hoy tengo ganas. Quiero volver a hacerlo.
Voy
a volver a escribirte.
A ti, que ya no me
lees, y que nunca me has leído. Me gusta hablarte cuando no estás porque
te muestras en tu máximo esplendor. En tu inexistencia. En tu vacío. Me gusta imaginar la música y a ti moviendo tus
curvas por esa trepidante guitarra que escamea las notas como llamas. Me
gustaba mirarte con aquella voz rota de fondo. Mirando a la ventana. Mirando a
la nada. Mirándote. E intentar imitar esa voz rota. Pero me confundía
y era yo la que me rompía en lugar de mi garganta cada vez que miraba tu
espalda sin que me devolvieras la mirada. Tus enfados contigo misma. Tus
enfados con nada. Cuando simplemente hacías que me rompiera porque no me
mirabas.
Me gusta imaginarte
mirando en la ventana. Con ese moño improvisado al que se le escapaba algún
pelo, que caía sobre una de mis camisetas. Te abrigaban más mis bragas
que mis brazos. Y no entendía cómo podía estar tan fría con lo caliente que me
ponías. Nunca has necesitado mi calor. Te gustaba más el humillo de tu
café recién ello. El vapor que desprendía tu boca en invierno. Eso era
más cálido para ti que el fuego. Mi color anaranjado ternura no podía
comparase para ti con el marrón claro de la madera.
Te gustaba más colgarte
de las vigas.
Tu sonrisa y tu
alegría conmigo duraba menos que un cigarro entre tus labios. Siempre con esa
tristeza bonita. Siempre con esa lluvia. Siempre tenías esa mirada cansada, bohemia. Ese "amo al mundo, pero
prefiero morir.”
Morir era tu sinónimo
de quedarte en el confort de tu sillón, frente a mi ventana, con tu libro, y
mis tazas de café. Me gustaba imaginar tu pelo fundiéndose con la
madera. Me gustaba imaginarte tal y como eras. Eras tu pequeño rincón.
Y no sabéis a quién
estoy escribiendo, pero os confesaré, que yo tampoco lo sé.
Que desde hace tiempo
escribo a canciones, a gente que no conozco, sobre cosas que no he vivido.
Y hoy tocaba
incinerarme.