sábado, 28 de marzo de 2020

Sala de espera


Nace en mí la sensación, la necesidad de vida. De revolver los cajones en busca de las cartas que nunca escribiste. De volver a ponerme la ropa de aquellos días. El fuego incontrolable en el centro de mí, reaviva las extremidades, entumecidas por el suelo de la celda. Hoy ha entrado luz entre las ventanas, y me he rendido al placer de imaginarme ahí fuera. En lugares donde hay algo más que una cama, con personas que me esperan.

Hoy la brisa ha entrado por la ventana, silbando melodías que por un día no recitan miedo. Y he recordado la voz inconmensurable del mundo. El ruido del gentío, el trotar de los apresurados; la corriente del río, y el cantar de los pájaros.

Hoy me he cansado de avanzar el calendario, y me he parado a ver poniente, rozando el pause con las manos. Alargando la llegada de lo inevitable, agarrando un par de horas para salir a bailar en silencio, dedicándote un tango.

Perdí el aliento entre las noches que vi dibujar tu estela por mi pequeña ventana, empapado de insomnio por seguir esperando tus palabras. Entregado al eterno movimiento en medio de este estatismo estival, que no me deja ver las flores nada más que en recuerdos.

Que no es primavera si no coges rosas, si no suena alegre los pasos de tus zapatos. Si no te clavas las espinas entre los dedos por querer besar sus colores. No hay razón ni credo que prohíba a un ingenuo soñar con desterrar lo inamovible, desplantar lo enraizado, hacer hueco en tierra firme.

Sólo puedo conservar la luz entre las paredes; yo, que siempre quise alcanzar la fuente, y me quemé en el recorrido. Un Ícaro con una Ítaca, y un caballo de Troya en el corazón. Conquistando el mar como un Magno, caí con la torre en la que encerré tu bruma.

Vaya broma de mal gusto pensar en lo eterno.

Pero mi mortalidad apresurada no quiere más que la pausa de tus días, cultivando con labranza un rosal sin espinas, naciendo de la tierra el fruto de mi constancia. Que el cuidado lleva siempre una rutina en el pecho. Yo sólo sé tocar crescendos con estas manos, que no conocen el descanso cuando se trata de acunar.

Acaricio la vida en mi regazo,

esperando

que vuelva a despertar.

viernes, 20 de marzo de 2020

Fronteras

Se me han quedado dentro las imágenes de las noticias de la semana pasada, igual que la metralla en la cabeza de Malala. Se me ha grabado a fuego en la mente las fotos de niños inocentes muriendo en costas europeas, igual que los sirios llevan a fuego en la piel marcada la guerra. La estrella de seis puntas tiene seis puñales, clavados por cada década que lleva matando en Palestina ancianos y niños en pañales.  Se me hace un hueco dentro cada vez que veo murales rezando letras de maltratadores que aún muertos siguen siendo intocables. Muere gente de hambre al lado de sedes Pro Vida y muere también la pobre en América Latina abortando con perchas de forma clandestina. Habla el gran hombre blanco de la usurpación de sus terrenos y construye muros sobre enterramientos indios. “Yo me gané mi tierra, yo me gané mi pan” escucho a los soldados extranjeros mientras, dicen, ponen orden en Irak.  

He visto al mundo, pasado de vueltas, seguir girando mientras yo me paro en seco. Hay un muro entre mis ojos y los del resto. Hay un espejo que refleja un ideal. Las ausencias y los destrozos, el mal que sólo puede ver quien lo vive.  

Hay un cuerpo en la arena que no es de nadie, porque no tenía el dinero suficiente para comprarse un nombre, porque no tenía la piel lo suficientemente blanca como para salir en la tele; que ya se sabe, la imagen lo es todo.  Y veo un bote llegando del este, otro se acerca por el sur, y como si fuese subir una pendiente, tiran piedras desde arriba los que pisan tierra firme, tierra yerma, tierra fría. Porque habla la envidia por el altavoz y grita que en la cumbre de la vida no caben todos, 200 en patera, mil doscientos en avión. Y es que este pico ya ha sido conquistado, y al igual que el Everest, se ensucia si todos vienen a la vez, así que hacen sepulcros en el mar, y meten las ovejas en la boca del lobo.  

Los antiguos sabios se convirtieron en los nuevos necios, al desconocer que la civilización se define por la empatía. Un rapado grita “¡moros no!” entre las verjas del puerto en Mitilene, que separa, para algunos, una oportunidad de vida, y la muerte.  

Han volado por los aires campos de refugiados y sedes de asociaciones de inmigrantes, por si echaban de menos su día a día en Gaza. Porque estos nuevos invasores son tan peligrosos como los invadidos, “futuros terroristas en cuerpos de niños” anuncia un magnate de las armas en inglés.  

He visto las Fronteras, pintadas con banderas y esmaltadas con himnos, he visto a las diferencias poner ladrillos de un muro que, según el sitio, compiten día a día para hacerlo cada vez más alto, cada vez más alto, cada vez más alto. He visto un muro entre la verdad y la victoria, entre los que llevan cadenas y los que mueven los hilos. He visto un muro entre la televisión y la calle, entre los uniformes y mi sudadera, entre las canicas y las consolas, entre los shorts y los hiyab, entre los acentos de esta u otras tierras, entre las calles de los barrios y los que se cambian de acera. 

He visto las Fronteras plantadas entre las agonías de quien no sabe si llegará a la cena, y quien se enfada si su mujer no la tiene preparada. He visto las Fronteras, los muros invisibles entre tierras conectadas, en un mundo inaudito cómo no iba a ser posible decidir quién posee la nada. He visto las Fronteras, los muros invisibles entre tierras conectadas, los gritos aulladores intercalados con el “clin” de las monedas, tapando las voces de lo que no quieren escuchar; del silbido de las bombas, del arrastrar de sus cadenas, del socorro en sus costas, de las caídas en sus verjas. 



Y al final sólo son creyentes sin fe  
que rezan  
a un dios  

que no escucha.  

lunes, 16 de marzo de 2020

En busca de las Luces

He salido de la jaula buscando el techo con los pies, retorciendo los caminos y guardándome piedras para tropezar en el viaje. He perdido los sentidos cegado por los deslumbrantes cristales de tu cúpula invisible. He perdido los destinos que cruzaban mis ríos de tinta, y me he sentido tan distinto al encontrarte que dudé de cuál versión de mí mismo era la real.

Me enredé en los huracanes de un viento con nombre, al que perdí la pista entre el polvo que fui dejando al andar.
Porque por fin decidí hacer camino, ir en busca de las luces, zarpar del muelle, descubrir el mar. Quitarle el polvo a mi capa y ver cambiar sus colores según surco las curvas de todas tus montañas.

Salí a buscar las luces, que cambian el sentido de las cosas según donde coloquen su sombra, según cambien su color.

Acariciando las cumbres violáceas de Noviembre, abriendo camino hacia el sur.

A veces confundo el este cuando aparece tu estela brillante, y menos mal que nunca llevo brújula,porque siempre me da por seguirte. Y resulta que avanzas con los soles a poniente, y te pones de todos los colores de los que quieras verte. Y entre ese rastro brillante, desde el suelo he abierto camino, pisando la hierba, cruzando campos de trigo. Porque sólo sé hacer camino a mi manera, y tus pasos me dicen que siempre será la correcta. Que yo soporto el peso de dejarse llevar, que un alma como la mía no entiende de cadenas.

Y en medio de la noche gritas, con un silencio que apaga carreteras, comprendiendo que cuando se acaba el ruido, suena más alta la vida.

Deshecho de todo lo que me molesta, y desecho, a secas, miro siempre tu planeta a modo de estrella polar. No quiero inviernos en los que no disfrute de la nieve, ni quiero veranos sin ver el sol. Así que rebusco entre el arrebol el sonido de las canciones que me recuerdan a tu voz; a ecos de aventura, a libertad de corazón.

Busco en amaneceres nuevas formas de despertar contigo, soñando con el calor de levantarse y estar vivo.

Me pierdo en las alturas para ver de fondo el atardecer entre mis montañas, recordando que a veces, el placer está en la bajada.

Te escribo en las canciones que llevo escuchando toda la vida, te veo en las escenas de mis películas favoritas, y me hablan de ti todas las letras que salen de mis manos.

No puedo contener todas tus mareas, pero siempre intentaré nadar entre tus olas, intentando comprender la inmensidad que te sostiene, y limpiando lo malo que llegue hasta tus orillas.

He salido en busca de las luces, y me ha iluminado la vida, la que a veces llevas dentro, tendida en tus ventanas. La que dibujan todas las estrellas que unes como puntos en el cielo.

Y he montado una escena, con focos antiguos y una mesa de cera, que se derrite ante el incendio que pones delante, cuando desatas tu rabia de profecía, tu mente desarraigada de literaturas de sala de espera.

Por fin hice camino, en busca de una luz, grabado en el pecho como dos cruces, hasta cruzarnos en el camino.


En el fondo siempre supe que habías sido tú.


Y después de intentar tener un sino, hiciste de prisma, y yo te dije:


"haz de luz",


como si alguien más que tú

pudiera enseñarme

todos los colores.