Hace tiempo que no duermo, presa de un insomnio interminable,
manteniendo en la vigilia el sueño de un mundo que muchos toman por
inalcanzable.
Más que un sueño tengo una meta, una promesa, un camino al que me
ofrezco como tributo. Una vida que insufle un poco de alma en las pesadillas
diarias del resto. Una promesa.
No tengo prisa pero sí espacio, quizá llegue tarde pero siempre
llego. Quizá luche poco pero es constante. Quizá nunca gane pero jamás he perdido.
Y es una promesa. Un cruzar los meñiques insistente, constante, con toda la fuerza
del mundo en cada engranaje que me hace sostener ese pequeño dedo contra el
abismo. Siempre es una lucha contra el abismo. Si a veces no sabes dónde caes
porque no sueltas. Si a veces no sabes cómo volar porque no sueltas. Pero hay
cosas a las que aferrarse como si fueran la vida. Porque lo son. A las ideas
hay que aferrarse como si fueran la vida, porque lo son. No sólo la tuya si no
la del resto. No sólo la de quienes amas, si no la del resto.
Jugar esta partida es aprender a perder el juego, a subir niveles
sin alzar la victoria. Empujar el sol por la cornisa para que sea mañana en
cualquier otro lugar, para cualquier otra persona; cualquier otro mundo.
Hace tiempo que muchos pasaron la delgada línea roja, que tiraron
el fusil porque la esperanza ya no era suficiente como balas. Porque las balas
nunca sirvieron para matar fantasmas. A sus fantasmas, endemoniados, y más
vivos que algunos de cuerpo presente, que nunca están, que no atienden a lo que
quieren, y mucho menos lo que necesitan. Los que sólo trabajan porque es todo
lo que nos queda.
Y ojalá entendáis que no. Que nunca será sólo eso, y que nunca
seremos sólo nosotros. Que yo soy todos porque es a lo que aspiro. A ser la
tierra que pisarán mañana, a ser los cimientos de algo mejor. Quiero que un día
vean las flores y me recuerden, porque yo, que soy todos, y todos, que son yo,
luchamos para que nacieran, para que la vida no fuera seguir esperando otra
primavera, y pudiesen ver cada día los colores. Quiero que me planten claveles
en el pecho porque sé que aquí dentro hay tierra firme, porque hay luces que me
han llevado hasta ella. Quiero que un día sepan que Todo sólo nos pertenece si
lo compartimos, si lo amamos en común. Si lo sembramos con las manos.
Sé que hay muchos para los que la esperanza ya no es suficiente, y
ojalá sepan que siempre queda amor en cada esquina, que es lo único que nos
salva. Quizá nunca podremos dejar de amar la vida, porque nunca podremos
hacerla esclava, aunque a nosotros nos pongan grilletes o nos disparen balas. Hay
algo más que nos llama.
Llevo demasiadas noches de insomnio, en velas, quemando conjuros y
haciendo hogueras, pero sigo soñando a oscuras, sonando a eco entre las cuevas,
empujando el sol entre las montañas.
Y si este es el precio que hay que pagar para que amanezca:
Ojalá
no me duerma nunca.