miércoles, 26 de noviembre de 2014

Salir Corriendo: Autocarta

Venga, nos conocemos. Tú corres y yo te persigo, como en los viejos tiempos, como si realmente pudieras huir de mí. Como si realmente pudieras huir de algo.

Vamos, una y otra vez. Correr detrás de fantasmas. Perseguir el amanecer, como si realmente pudieras hacer de ese día algo eterno.

Te marchitas sobre el terreno que no has pisado. Te clavas tus propias espinas. Pero no eres una rosa, sólo eres una zarza. Venenosa, dolorida, simple, fea, vacía. Pero sigues pensando que un día vas a florecer, o a convertirte en árbol. Como si desear, soñar, y querer sirviera de algo.

Alzas tu bandera, te rindes, te hundes. Te levantas, y lo intentas.


Sigues corriendo en círculos en medio de ninguna parte.


Y quizá sea mejor no tener un destino fijo, una meta, un objetivo. Seguir la carrera hasta que no quede de ti ni el recuerdo. Ver hasta dónde llegas.


Cómo quieres llegar tan lejos si ni si quiera has empezado a gatear.


Eres el suelo sobre el que todos corren, se caen y se apoyan. Eres la piedra con la que todos tropiezan. Eres el mar en el que todos se ahogan. Eres los ojos en que todos se miran. Y a ti, quién te ahoga, quién te mira, quién te tropieza y te sostiene.

Ya no ves la salida, y sigues persiguiendo la luz al final del túnel. Tu confusión de laberinto, tu complejo de accidente. El error de decir que estás vivo cuando eres hermano de la muerte.

Decadente. Triste llama incandescente. Tu hoguera se apagó hace muchos inviernos. Ya no eres como el fuego, pero aún así te quemas.

Vuelves, huyes, te vas y te quedas. Nómada de tu propia vida, personaje de relleno en tu propio cuento.



Venga, nos conocemos. Yo corro y me persigo, como si aún pudiera huir de mí mismo.

Como si aún pudiera huir de algo.

Viejos hábitos en tercera persona. Volver y no regresar.

He vuelto. Aquí, a las letras, en un intento vano de expresión, o de explosión.

He vuelto a ninguna parte, a alejarme para estar un poco más cerca de ti. O de mí.

He vuelto a escaparme, a huir del espejo, de la soga al cuello. Salir del camino asfaltado para darme cuenta de que aún hay campos verdes. Y que la soga al cuello no son más que mis manos. Que el espejo es un cristal al que no estoy mirando, y al otro lado no está más que el olvido.
Porque, sí, me olvidé. Olvidé cómo era eso de mirar al cielo y sentirse cada día un poco más cerca. Eso de dibujar constelaciones en tu espalda aún sabiendo que tú eras una estrella. Y me deslumbrabas. No me dejaste ver más allá de la tela y tu piel.

Te encierras en tu propio cajón mientras gritas que quieres ser libre. No sales de tu habitación mientras echas de menos el viento colándose entre tus mechones negros.

Te revuelves en tus miedos, te revuelcas en tus errores, te retuerces en tus recuerdos. Necesitas mil revoluciones.

Y volver a empezar de cero.

Te consumen las ganas de saltar, pero te gusta demasiado estar en el borde, y no te das cuenta que estás en una caída fatal, que falta una gota para que el vaso se desborde. Y te estrellas, una y otra vez, confundiendo el suelo con el cielo. Sigues viviendo en su mundo, donde tú estás bien y todo te va perfecto.

La realidad no le gusta a nadie.

Te vuelves a escapar, te vas, te pierdes, sin moverte del sitio. Tu mente es el mayor camino que te queda por recorrer. Y te hundes en tus libros como mares, siendo un buque a la deriva gritando auxilio, pidiendo que otra historia lo salve. Te hundes en cuadros que jamás podrás pintar, en letras que nunca podrías escribir, amas las esculturas a las que nunca te podrás parecer, escuchas canciones que nunca podrás componer que hablan sobre lo que nunca más volverás a sentir. Y navegas con una libertad en el pecho que no rozas con los dedos ni en tus mejores sueños.

Te escapas.

Lo intentas, te evades, haces de ti un arte cuando te destruyes. ¿No era la destrucción una forma de creación?

Siempre intentando escapar. De tópicos, de protocolos, de guías, de rutinas. De ti. Del vacío. Del miedo, del opresor, de lo programado y de lo correcto. Siempre cabalgando tu propio viento. Dime, ¿cómo se escapa de la nada? ¿De qué huyes cuando nada te persigue?

Espectador.


Es más cómodo  hablar como si la historia fuera de otro.

Justicia

Inspira. La miras y te inspira. Mire por donde mire, si es ella, me inspira. Podría contarle a alguien mil veces cómo ha sido el día, pero siempre me quedaré con esos pequeños detalles. Para mí, para mi pequeño recuerdo. Porque sé que nadie lo entendería si no la miran. Me encanta cómo mira los cuadros y las fotografías, y que después se gire a mirarme con esa sonrisa indescifrable que

Espera espera espera. No. No es alguien sobre quien pueda escribir. No me sale escribir. Las palabras no le hacen justicia.


Ni si quiera el arte le hace justicia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Esos días.

Llegaba el invierno, y comenzaban otra vez esos días. Días iluminados por un tenue azul que bañaba las calles de soledad. El frío helaba las expresiones de la gente, y todo se resumía en el golpeteo de esos zapatos sucios en hora punta.
Los días parecían golpear mi ventana, pasando uno tras otro como ráfagas de aire.
La melancolía venía a visitarme de vez en cuando, para que no me sintiera tan sola esperando a que el viento me llevara, sentada en la repisa de mi ventana.
Vuelven esos días, en los que el sol no brilla, y me abraza el calor de un buen libro junto con las gotas de lluvia. Subir a edificios a medio construir que dejaron abandonados, gritando el borde, simulando ser uno de esos muchos personajes de mis libros. Pero me falta alguien. 
Sin protagonistas no hay buenas historias.
Vuelven esos días en los que el vapor de mi aliento tiene más consistencia que el humo de los cigarrillos. Que voy despechada, con mucho abrigo, y aún así tengo frío. Esos días en los que el cielo me recuerda tus ojos, y suelto un suspiro cada vez que levanto la cabeza y veo tu alma empapándome de sed. Salir a caminar bajo la lluvia y que las gotas sean más sólidas que todos tus inviernos. Seguir inventando historias del beso perfecto mientras te enamoras de todas esas cartas sin remitente que nunca llegan y nunca vas a enviar.Ir al bosque y ver las hojas caer como todos tus mitos. Y ese azul frío colándose entre las ramas. Angustiadas, rotas, solitarias.
Siempre ese azul.
Ese tono que te transporta, te lleva, te eleva y vuelve a hacer caer de bruces contra el suelo.
Ese tono de ensueño que le resta consistencia a la realidad, y hace todo un poco más llevadero.
Seguir las nubes, intentar rozar el cielo. Perderse en el bosque una y otra vez tratando de encontrar el modo de no volver.
Vuelven esos días, que se pierden en palabras impresas y canciones tristes. Que se ahogan en surcos de vinilo. Que se consumen viendo cómo se marchita una rosa. Y que la hierba se vuelva escarcha. Y te escriba cartas en papel. Días que se pueden perder.
Diferentes, solitarios, fríos.
Días que se pueden perder.

Que se pierden.

Entre literatura barata y poemas de amor vacíos y sobrecargados.
Libros oxidados que tienen más historias que letras. Que tienen más romances que años. Y más tragedias que polvo.
Vuelven esos días mirando las horas pasar, contando las gotas, y con los rayos a modo de lámpara.

Vuelven esos días, 
los días que me gustan.