jueves, 31 de diciembre de 2015

El Brindis De Nadie

¿Sabéis? A veces las cosas no salen como quieres. Y con a veces quiero decir casi nunca. Todo el mundo tiene un plan, una idea de lo que pasará cuando tienen que tomar una decisión. A  veces no es tan malo como esperas, pero otras, no tan bueno.

La vida es una sucesión infinita de planes frustrados o que no salen totalmente a la perfección, pero en el fondo, de eso se trata. Las cosas no suelen pasar como queremos que pasen, si no como necesitamos que ocurran. Lo que queremos y lo que necesitamos a veces son cosas un tanto lejanas, pero ambas necesarias.

Por cruel que suene, es cierto que en ocasiones es necesario romper un par de huevos para hacer una tortilla, pero no hace falta ir con un bate por la calle golpeando la entrepierna de la gente.
Algunas cosas a veces necesitan romperse, incluso nosotros mismos. Es la forma en la que aprendemos, a base de errores garrafales, o simples situaciones no elegidas que en muchas ocasiones pueden con nosotros. Pero lo bueno de esas situaciones, es que, cuando algo se rompe, no queda nada más que hacer con ello, así que simplemente, puedes empezar de nuevo.

Si algunos planes no funcionan es quizá porque el universo tiene cosas mucho mejores reservadas para nosotros, y quizá por ello, para saber disfrutarlas y apreciarlas de verdad, hay que cagarla un par de veces. Al fin y al cabo, la ciencia no son más que un montón de errores corregidos, que se seguirán corrigiendo. Y nosotros no somos ciencia, pero también tenemos grandes cosas. Nos hundiremos como buques de guerra, pero podemos hacer navegar barcos de papel. Estaremos tan jodidos como los personajes de películas de terror, pero no hay quien nos quite una escena cómica o de amor de por medio. Y sí, seremos decadencia, nos ahogaremos, sufriremos y nos joderá, y puede que algunos, por desgracia, no salgan de ello. Pero eso no quiere decir que sea imposible.

Nos daremos de palos y nos reiremos, volveremos a amar y correr sonrientes por las calles después de haber llorado. Seguiremos pensando en París. Pero lo más importante de todo, es que volveremos. Como sea, y quién sabe cuándo, pero la vida es un laberinto con aparatosas y fortuitas coincidencias y en forma de espiral, porque jamás regresaremos al mismo sitio.

Quizá deberíamos volver a comprar viejos vinilos, libros rotos y antiguos con más historias que años, bailar vals, hacer fotos en la cama de domingo con una Polaroid 600, pasar una tarde en el campo y grabar con el toque retro de una Super8. Ir a conciertos en salas pequeñas de grupos que nadie conoce, ver una de esas lentas y preciosas películas francesas en blanco y negro. Correr por los museos, besarnos por todas partes, hacer nuestras las calles y que el firmamento sea testigo de que somos los únicos que corren sin motivo por la ciudad a las tres de la mañana.


Y sé que el mundo está loco y que nosotros también enloquecemos, pero joder, a quién coño le importa si enloquezco contigo.


Hemos acabado por los suelos, hemos pasado por dolores indescriptibles que ni si quiera eran físicos. ¿Y sabes qué? Que está bien. Estamos jodidos y seguimos siendo jodidamente extraordinarios.

La destrucción es una forma de creación, dicen. Aunque algunos simplemente se destruyen.

Pero la rueda sigue, y seguiremos teniendo momentos horribles y noches de no dormir por una razón u otra, pero joder, brindo por las pequeñas pausas que nos hacen pensar que a veces estar jodido no es tan malo. Quien más sabe, muchas veces no es quien más lee, ni necesariamente quien más años tiene.


Pero sigamos disfrutando, de las pequeñas cosas, de volver a ratos y de no estar. De seguir a rastras, de joder planes, de ser atroces y decadentes, de joderlo todo. Porque si se jode, solo es para dejar espacio a algo aún mejor.

viernes, 30 de octubre de 2015

Fuera de las cajas, Revolución.

El camino de encontrarse a uno mismo es duro. Siempre dudas, te dejas llevar, te influencian, algunas personas pretenden decirte lo que eres, otras te lo imponen, y otras simplemente no creen que puedas llegar a ser algo. Siempre creímos que esa necesidad creciente de definirlo todo, también era limitarlo. Porque era lo que nos habían enseñado.

 A no salirnos de la caja.

Das vueltas toda tu vida intentan buscar el recoveco roto de una esquina gastada por el que huir, pero siempre hay alguien señalándote con el dedo al otro lado de esa pequeña salida. Y según caminas fuera, empieza a haber más gente que te señala, te grita, te persigue. Y te cuestionas si la libertad es sólo una palabra en un diccionario sin ningún significado.

Te da miedo salir de la caja.

Y es normal, la comodidad de estar encerrado en un cubículo estético, prototípico y normativo, te da el privilegio de pasar por la vida sin demasiada pena, dentro de lo que cabe, pero tampoco sin demasiada gloria.

Y según das vueltas en tu comodidad difusa y depresiva, que te condena a una vida metida en un cajón, entre las cuatro paredes de una oficina, te das cuenta. Sabes, que no es tu vida, que las paredes ni son tan fuertes, ni las críticas de fuera tan graves. Te aproximas al desastre, cegado por la posibilidad de que cuatro no es un número límite. Cuesta abajo y sin frenos. Y al final, te estrellas. Pero estrellarse no es un accidente mortal, estrellarse, sólo quiere decir que te has ganado un lugar en el cielo nocturno al que no se puede llegar desde una caja. Has saltado a las estrellas.

Y de repente, te das cuenta de que tú eres un muro, y que la caja, sólo es un mimo. Que tu fe inquebrantable y tu pasión por ser y descubrir te llena más que la paga de fin de mes. Te das cuenta, de que libertad, amor y arte no son sólo palabras, que son realidades, con posibilidades insólitas, que son universos en sí mismas. Y que tú, también tienes universos dentro.
Tanto tiempo encerrado en un apestoso cajón que tu piel ha construido una jaula alrededor de ti.

Y ahora ya no necesitas preguntarte más por qué siempre dibujabas a la gente con los ojos vendados.

Críticas, gritos, persecuciones, amenazas. Has salido de su esquema predeterminado, y ha sido inminente, pero sabes perfectamente que tu vuelas mucho más alto que todo eso, que no pueden alcanzarte, y que eso no es todavía ni la mitad de lo alto que puedes llegar.

Ahora sabes que el mundo no se basa en definiciones, que las guías y los diccionarios son para quienes no saben sentir lo que dicen, vivir lo que hacen, ni dejarse llevar. Ahora sabes que el mundo no es sólo cuadrados y rectángulos, que no es una ficha ni un formulario que rellenar. Que tu vida no se cuenta en casillas, en vistos buenos, en carreras, trabajos ni dineros.

Que amar no es una joya, una firma y un montón de papeleo. Que el cielo nunca será el límite porque sólo es el comienzo. Y que las imposiciones, son papeles mojados. Que los estereotipos son cenizas de la idealización colectiva, basada en todo lo que no podemos ser. Que tú no tienes el deber de ser. No tienes el deber de cumplir expectativas. Y que tu cuerpo, no es una jaula, es el arma principal de tu revolución.


La revolución de ser y quererse a uno mismo.



Chaval, te has ganado las alas, y no tienen ni idea de lo alto que puedes volar.


lunes, 12 de octubre de 2015

Aries.

Me gusta recorrer las esquinas con las yemas de los dedos, yendo despacio por si me sorprende lo que hay al otro lado. Me gustan los cruces, y a veces, incluso los atascos que se producen entre mis manos y tus manos. Me recuerdan a la pausa dramática que siempre hago antes de besarte, para no olvidarme de tus ojos.

Me gusta recorrer la carretera de tu espalda a besos. A veces es la manera más rápida de llegar a todos los destinos. Pero otras veces, tus pupilas hacen de portales, y con sólo mirarte a los ojos, puedo llegar a cualquier universo.

Y a veces creo que la cosa más bonita del planeta es verte con unos auriculares enormes sentada en el suelo, perdiéndote entre los surcos de todos mis vinilos, retrocediendo un poco en el tiempo, sintiéndote una bohemia parisina. Pero entonces es cuando te das cuenta que te miro desde la puerta de la cocina, quitas los cascos, subes el volumen, y me cantas al oído que cuando hablo, ves la vida en rosa, y que el mundo te importa una mierda. Y empiezas a bailar, llevando el ritmo, ni me pisas, ni te piso. Por primera vez sabemos encajar las piezas.

Pero en un momento dado, te tropiezas, para sentarte a ver la lluvia desde la cama, con el corazón caliente y las manos frías. Unas mantas, unos besos, un par de canciones a piano. Y me pongo a escribir en tu espalda versos que terminan en te quieros suspirados, porque, ya sabes, las mejores cosas siempre las escribo cuando llueve.


O cuando estás.


Odio verte llover por dentro y que los abrazos no traspasen la piel, que los besos no curen heridas, y que las miradas y las caricias no sequen el agua.

Me encanta cuando te pones a bailar, perdida, dejándote llevar. Un recital privado para mí. Siempre me quedo mirándote anonadado, preguntando si habrá algo más hermoso que verte disfrutar de las pequeñas cosas. Siempre me sacas esa sonrisa estúpida, como el astronauta que viaja por primera vez a la luna, viendo a lo lejos su planeta, donde no parece tan feo.


Haces que el mundo no parezca un lugar tan horrible.


Y cuando te atacan los monstruos, yo los mato por ti. Y cuando vienen a por mí, haces que cada rincón de tu cuerpo sea un refugio. Y eres el mejor calor que se puede tener en las noches de invierno.

Te acurrucas en mi pecho porque no te gustan las almohadas, y me abrazas mientras sueñas que escapamos juntos. Lejos, donde sea.

Es un sueño recurrente.

Conozco el cielo cada vez que te quedas hablándole a mis ojos con los tuyos y les dices que vas a besarme, pero que es una sorpresa.

No sabéis lo que es felicidad si no la habéis visto sonreír.
Sé lo que es estremecerse cuando tus pestañas acarician mi espalda buscando algunas constelaciones.



Me haces sentir universos.

Haces que exploten, que se redistribuyan enteros, que cada centímetro más cerca de ti me provoca otro Big Bang en el pecho, y ya ni te cuento lo que pasa cuando no dejas ni que corra el aire.
Somos un desastre tan reconfortante que estoy planteándome si no le habremos cambiado el sentido a la palabra. Somos tan eternos por las noches y tan infinitos los domingos por la mañana, que hasta las calles tiemblan cuando nos ven correr por ellas, dándonos la mano, como el puzzle de caos perfecto. Como sólo nosotros podríamos ser.

Y me desnudas con el abrigo puesto, porque haces que el único mundo que existe somos nosotros cada vez que nos vemos. Cada vez que te brillan los ojos hablando de algo que te apasiona. Por ese brillo se habrían detenido guerras.

Me haces replantearme todas las filosofías cuando me dices que me quieres, preguntándome si no estarían todos equivocados y que el verdadero sentido de la vida era encontrarte.
Todos los caminos terminaban en ti. Eres un instante eterno. Eres la mejor escena que he tenido el placer de representar. Eres el principio de todos los finales, y a veces pones fin, a todos mis principios. Con tal de verte sonreír…

Eres la tormenta, la constelación, la pequeña estrella, que me hace comprender por qué no puede funcionar con nadie más.



miércoles, 16 de septiembre de 2015

La chica de las calles.

Me he encontrado a Lady Madrid en todas las esquinas de Malasaña. A Dolores a las puertas de un bar de Chamartín. Y cada noche me ha parecido perder la esperanza de encontrarte a ti. Perdida entre tus dudas infinitas, cerrando heridas con los tapones de botellas de alcohol, recogiendo tus tacones del suelo, y bajando Gran Vía con la salida del sol.

Hacías las noches eternas bajando las persianas de tu habitación, soñando con algún concierto, otra fiesta, y a veces, incluso un poco de amor.

Eres la reina de la barra de todos los peores lugares, la reina del corazón de unos cuantos borrachos, y a pesar de tenerlos a todos debajo de tus tacones, no podías gobernarte ni a ti misma.

Perdiendo el sentido de todo en la cama, reencontrándolo en el alcohol. Y por no decir todo lo que fumabas, que nadie sabía cómo aún te quedaba algún pulmón. Perdiendo el culo por el tonto de turno, siempre acababas llorando en algún rincón, y cuando atrancabas la puerta del baño, no te sacaba ni el dueño.

Recorriendo las calles mojadas, descalza y demasiado cansada, desperdiciando toda una vida con personas que no valen nada. Te dejabas ver de día inmersa en libros y tiendas de discos, echando a perder el pintalabios con tus dientes cada vez que veías un suculento título o algún disco de tus artistas favoritos. Bailabas desnuda con Bowie y The Smiths cuando te ponías melancólica, gritando que querías ser una heroína por un día, y que si tú eras la reina, también estabas muerta.


Y en el fondo, sólo querías salvarte a ti misma.


Enamorada de los días salvajes, te escondías entre el edredón cada vez que escuchabas a la realidad llamar cada mañana a tu puerta. Siempre evadiendo la vida, siempre perdiéndote en las fiestas. Pero en el fondo sabías que ninguna de todas esas botellas podría llenar el vacío de no tener unas medias que no estuviesen rotas, ni nadie a quien querer.


Lady Madrid de pega, la verdad no es para ti, te derrumbas en las aceras, no subes a las azoteas ni miras a las estrellas, porque ya ni si quiera ellas creen en ti.

jueves, 30 de julio de 2015

Lluvia y pianos.

Me gustan los días de lluvia, cuando cada gota parece una palabra. Sentir tanto, decir tanto, y nunca decir nada.
La indecisión de los días fríos, la tecla adecuada del piano que se sucede después de la nota perfecta. La tristeza embotellada detrás de las ventanas. Y pensar que ahí fuera hay alguien que se está mojando para ti, porque le gusta ir sin paraguas, porque aborrece todo lo que le impide disfrutar de las cosas pequeñas.
Me gusta cuando siento que se me escapan las palabras por los ojos, cuando en un día lluvioso, me giro entre las calles vacías para ver si alguien no sale corriendo. Me gusta gritar en silencio a esa gente, que me gustaría que se quedaran conmigo.
Siempre suena esa melodía perfecta que nunca podré aprenderme, y que acompaña y describe tan bien lo que me hace sentir que me deja sin palabras para si quiera intentar describirlo.

Las mejores cosas no se definen.

No son un concreto, no sale en diccionarios modernos, y cuando preguntas qué es, nunca hay dos respuestas iguales. Por eso me gusta preguntar por ti en mi cabeza de vez en cuando.

Eres el mejor personaje abstracto sobre el que nunca he escrito.

Me gusta ese color que le dan las nubes lloronas a las calles, y a la vida. Como si todo fuera una antigua película de amor francesa, y alguien estuviera esperando a tropezar conmigo en el siguiente charco.
Me gustan los días de lluvia, el olor a tierra mojada, las calles desiertas de personas que no saben disfrutar del frío, las gotas resbalando por cualquier parte, haciéndote sentir que tu piel es un universo. Pero sigo buscando otras caricias.

Me gustan los días de lluvia. Me gustaría encontrar a alguien que fuera como un día de lluvia. Que te haga sentir tantas cosas que no puedas ni darle un nombre ni un sentido. Alguien que sepa tener un lugar donde gritar, y que sepa cuándo grito. Alguien con quien caminar por el cable que separa dos altos edificios. Que confunda los días nublados con noches eternas. Alguien con quien bailar canciones viejas. Que sepa de la tristeza y de las gotas, que sepa, que los días lluviosos a veces ocurren en interiores. Y que se puede tener frío incluso con cien mantas al lado de una chimenea. Que sepa que las luces en poca cantidad son el acompañamiento de las estrellas. Pero que no le tenga miedo a quedarse a oscuras.

Alguien que me hable de magia, y que me enseñe a volar sin moverme del sitio.

Echo de menos las nubes y la lluvia en los días soleados. Me hace echar de menos a desconocidas. Me hace echarte de menos. Me hace echar de menos escribirle cartas a nadie. Los cielos impolutos me parecen escenarios vacíos, cartones pintados.

No son tuyos.

Me gustan los días de lluvia en los que empiezo a pensarte, creer por un momento que existes, y que me esperas. Me gusta pensar que tu perfume es el olor a tierra mojada mezclada con frío. Me gusta pensar que eres un refugio los días de lluvia. Aunque lluevas, aunque te vayas, aunque no existas, aunque ni me conozcas. Solo, me gusta pensarte. Entrelazar una voz dulce entre las notas de un piano de alguien que toca las teclas como si fuera una tormenta golpeando el suelo, las ventanas y los tejados. Me gusta ver mi bandera volando con el viento, y cada vez que deja de llover, me gusta pensar que nos volveremos a ver en la siguiente tormenta. Aunque sea de interiores.


Aunque sea dentro.

domingo, 19 de julio de 2015

En Tiempo De Espera

Tiempo, tiempo, tiempo. Todo el mundo necesita tiempo. Es un objeto de consumo, agotable pero en continua reposición. El bien más preciado de muchos.
Perdemos el tiempo hablando del tiempo. De aspiraciones, sueños, de trenes inexistentes que nunca sabes si van a llegar. Esperamos sentados a que algo extraordinario pase en nuestras vidas. Y así es como pasan nuestras vidas ordinarias.
Los trenes son una bonita metáfora si crees que se puede llegar al lugar deseado en el momento que quieres. Todo programado. Viviendo una vida programada. ¿Te crees que un corredor de cien metros lisos se sienta a esperar hacer la mejor marca? Las oportunidades son lo que pasan mientras te sientas a esperar “tu oportunidad”. Los días, las horas, los minutos. Meses, semanas, años. Todos repletos de oportunidades, de comienzos, de todo lo que esperas. ¿Y qué haces? Esperar. Intentarlo es demasiado difícil, ¿verdad?
En eso se resume todo, en un montón de suspiros y alientos frustrados diciendo “yo no puedo, yo no valgo, yo no tengo los medios”. Sólo son cadenas. Tú eres un grillete de tus sueños, de todo lo que deseas. Y aún sigues creyendo que el tiempo lo oxidará y se soltará, en lugar de buscar la llave.
El miedo es el freno de emergencia, la palanca que nunca nos atrevemos a soltar, y nos pasamos la vida esperando a que nos pongan en una bandeja el botón adecuado que debemos pulsar. ¿Crees que la vida espera? Un reloj no para cuando tú lo necesitas, un reloj no espera a pasar al siguiente día.
 La pregunta es por qué tú lo sigues haciendo.
La vida hay que tomársela con calma, puedes andar, o correr, pero para hacer ambas cosas hay que moverse. Me cansa el constante grito de la gente, el desesperado estruendo de sus sueños rompiendo contra el suelo. El chirriante sonido de su vida muerta, constante, rutinaria. Todos con grandes aspiraciones y habilidades, pero todos con trabajos de mierda. Todos pensando en vivir vidas impresionantes, pero todos siguen el modelo que siempre les vendieron. ¿Tanto miedo da romper el molde? No puede ser más horrible que todo lo que nos espera dentro.
Tiempo, tiempo, tiempo. Tienes tiempo, y lo pierdes, ¡se te escapa! No lo controlas, no lo manejas, no lo retienes. Y tampoco puedes retrocederlo.
¿Te vas a arrepentir de haberlo intentado?
Sería peor vivir sin haberlo hecho.
Tú cuerpo, tus límites impuestos, esos son tus límites. Nunca nadamos contracorriente porque pensamos que jamás seremos lo suficientemente fuertes. Pensamos que estamos intentando subir una cascada. Es más fácil seguir la corriente. Pero, ¿sabéis dónde termina? Siempre en el mismo sitio.
¿Tu paraíso ideal es una fosa común de sueños?
Tiempo, tiempo, ¡tiempo!
Corre. ¡Se te escapa! Te pasas la vida muriendo, durmiendo. Siempre te arrepientes cuando es la última vez.
Tiempo. ¿Puedes decidir lanzando una moneda al aire o te importa demasiado que salga lo que quieres y no lo que se supone que tienes que hacer?
No se le puede llamar vida a un periodo de existencia en el que no te atreviste a vivir. Y quizá esto no sea lo mejor que haya escrito,
pero no podía esperar para soltarlo.



Make your lives extraordinary.

miércoles, 21 de enero de 2015

Nada que perder

Y me vi envuelto de nuevo, en un remolino de empujones, puñetazos y patadas al viento, divagando entre los gritos de la letra de cualquier canción punk, de un lado para otro, sin saber dónde vas a acabar, dónde estás yendo, o dónde has empezado. Con cerveza y restos de alcohol saltando por todos lados. Siendo arrastrado por el ritmo, el ruido y la muchedumbre eufórica y borracha, viviendo cada noche como si fuera la última, y desperdiciando el verdadero final en cualquier casa.
Salí volando del cúmulo de gente bailando al son de los golpes, que me mecían sin saber ni quién era, como el mar en plena tormenta. Con una estúpida sonrisa dibujada por el alcohol y alguna que otra droga, caí como una pluma de plomo al suelo, mientras veía volar vasos y botellas de múltiples bebidas a cámara lenta sobre mí, con todos dando pasos descuidados y tambaleantes bastante cerca de mi cabeza. Y seguía sonriendo mirando a la nada, observando cómo ocurría todo, y me divertía.
Nadie me levantaba. Me sentía como Peter Pan en aquella escena cuando Garfio le derrota, pero a mí no me van a salvar con un beso. Esos besos ya se los está llevando mi mejor amigo en cualquier baño del local, y seguramente alguna cosa más. La magia se había acabado, y había dejado de creer en las hadas. Cuando me vi a mí mismo otra vez a cien gracias a unos polvos amarillos de un amigo, con magia limitada y con efectos secundarios, me di cuenta de que había tocado fondo. Que ni el subidón iba a volver ni que ella iba a hacerlo, aunque estar deprimido tampoco me durara toda la vida. Así que me quedé ahí tirado, riendo, esperando un beso que jamás llegaría, susurrando a duras penas con voz carrascosa la letra de otra triste canción punk.
Había bebido, me había drogado, y me había emborrachado. Yo, quien se suponía que era el único que se acordaba de todo después de las fiestas precisamente por no hacer nada de eso. En definitiva, me has tocado fondo. Y has seguido escarbando, sólo para ver de lo que eres capaz. De cuánto tengo que perder. De hasta dónde puedes llegar.
De cuánto voy a aguantar.
Y sólo me queda conformarme. Con un beso rápido y a destiempo, olvidado. Con un par de abrazos y una sonrisa. Con darlo todo por quien te pisa. Ver cómo se lo das todo a quien coge mi todo para dártelo reutilizado.
Sólo me queda conformarme con un par de copas y la boquilla de un cigarro mientras veo cómo te emborrachas de sus labios y suspiráis tantas veces hasta consumiros que en cada bocanada parecéis la hoguera de San Juan. Lo admito, lo vuestro sí es fuego, y provocaréis más incendios de los que se puedan apagar, y no habrá nunca agua suficiente para que os extingan, y supongo que ese es mi problema, que yo ya estoy demasiado quemado para volver a prender.


Un cigarro gastado, una cerilla usada. Ya no me queda nada. Y sigo tirado en el suelo, sonriendo sin saber qué hacer, sin que nadie me levante, ni si quiera mis pies. Nadie quiere algo usado, roto, un animal muerto o herido. Nadie me va a recoger. Y por eso sonrío, me pongo en pie, y sigo perdiéndome entre el ciclón de golpes y canciones que se condensa en el centro del local, dejando a otros llevar el rumbo, perder el norte, no saber ni mi nombre. Y volver a empezar, porque a quien más debes temer, es a quien no tiene nada que perder.


(Canción punk de fondo en el local):