domingo, 28 de diciembre de 2014

Bailando con Fuego.

Sí, bailemos otra vez. En silencio, despacito, como si supiéramos bailar. Pero a quién coño le importan los pasos cuando me das la mano y te agarro la cintura. A quién coño le importa el ritmo o la música cuando me miras a los ojos, y te balanceas, como si fuera un hechizo de esos en los que no crees, y te caes en mi hombro pisándome los pies.
Pegadas, con la música haciéndonos caricias, con tu cuerpo caído sobre el mío y tu alma bien erguida. Susurro todas las canciones en tu cuello para que se te graben en la piel a fuego. De ese que nos gusta. Tu fuego.
En círculos, cuadrados, de un lado a otro y chocándonos con todo lo que podamos. A quién le importan los pies cuando tus labios son mis alas. A quién le importa el suelo cuando caes en picado. Y te arrancas de golpe el corazón cuando te digo otra vez que te quiero.
Nos estrellamos, caemos. A quién le importa el golpe cuando estuvimos en el cielo.



Voy a empezar de nuevo.



Me agarras, me miras, me confundo de pie. Te piso, te giras, y a mi hombro otra vez.
Sé que no necesitas otro soporte que no sean tus pies. Que tienes más brazos que los míos. Que hay besos que saben mejor. Y escenas con mejor reparto. Pero en ciertos momentos me eliges. Te quedas. Me dices que es por siempre. Y te vas.
Me dejas en la sala de espera mientras tomas tu decisión, de si seguir en tu guerra o terminar de bailar la canción.



Voy a empezar de nuevo.



Anhelas en las calles que no conoces recuerdos que no has vivido. Levantas la cabeza, mirando edificios, intentando encontrar tu pequeño vicio. Y vuelves a perderte en tus sombras cuando te ofrecen un festival de luces. Vuelves a tus reflejos, a tus espejos, y los rompes.
Otra vez.
Pero no te escondes. Te quedas. En tus recuerdos, en medio del camino, en el recorrido. Pero nunca te quedas conmigo. Vuelves, te vas, te evades, te deseas. Nunca me deseas. Te pierdes, te encuentras, dudas, preguntas, incógnitas y respuestas.
No soy la respuesta que buscabas.
Te miras, me miras, dudas y vuelves otra vez. A perderte en el camino de la indiferencia, esperando que todo ocurra por obra de algo en lo que no crees.
No crees ni en ti misma.
Enciendes el mechero, ardes, explotas, te quemas a pesar de ser tu propio fuego y te exhalas. Eres un cigarro eterno.
Pero el tiempo nos entumece, nos hiela y nos congela, y tú ni tienes combustible, ni ceniza ni pena suficiente para sobrevivir todos los inviernos. Así que buscas otro calor. El calor humano, de la expresión, del arte, de la liberación.
Me llamas cobarde mientras te alejas corriendo.
Pero no evitas que me hunda, que me siga hundiendo.

Yo no soy como el fuego.

Y te cansarás de esperar a que se prenda la hoguera. Si sólo me quedan cerillas y una vida vieja, unas fotos en el tablón, unos fantasmas que enmarcar y tantas cosas que, todavía, no puedo matar.
Y al final me quemas.
No puedo arrojar mi vida entera a tu hoguera si tu no te atreves ni a chiscar el mechero conmigo. Si no hay incendio no hay camino.



Voy a empezar de nuevo.



Me enciendo el cigarrillo y me apago mientras veo un extremo brillar. Te pienso, me enciendo, y me congelo. Se ha terminado la canción y tú te has cansado de bailar, así que voy a cambiar de disco.
Me das la mano, te agarro de la cintura, doy un paso, y me vuelvo a equivocar. Te susurro las letras de lo que jamás te he escrito, te entumeces otra vez, tu cuerpo sobre el mío bailando una vez más. Y dos almas paradas en el tiempo, en una habitación a oscuras con una tenue luz azul que sólo alumbra nuestras locuras, me dejo caer una vez más. Y caigo en picado, entre todos tus sueños, vicios y virtudes. Entre todo lo que me encanta y nunca podré odiar. Caigo en tu piel, tus labios y tus ojos. Caigo en tu forma de bailar. Y me estremezco y siento celos, de que la música te haga sentir más de lo que yo podré hacer jamás. Pero es normal.
Dale otra calada a tus anhelos, me levanto antes de soñar, me das la mano, te agarro de la cintura, y volvemos a bailar. Doy un paso, y me equivoco de nuevo.





Voy a empezar de nuevo.





miércoles, 26 de noviembre de 2014

Salir Corriendo: Autocarta

Venga, nos conocemos. Tú corres y yo te persigo, como en los viejos tiempos, como si realmente pudieras huir de mí. Como si realmente pudieras huir de algo.

Vamos, una y otra vez. Correr detrás de fantasmas. Perseguir el amanecer, como si realmente pudieras hacer de ese día algo eterno.

Te marchitas sobre el terreno que no has pisado. Te clavas tus propias espinas. Pero no eres una rosa, sólo eres una zarza. Venenosa, dolorida, simple, fea, vacía. Pero sigues pensando que un día vas a florecer, o a convertirte en árbol. Como si desear, soñar, y querer sirviera de algo.

Alzas tu bandera, te rindes, te hundes. Te levantas, y lo intentas.


Sigues corriendo en círculos en medio de ninguna parte.


Y quizá sea mejor no tener un destino fijo, una meta, un objetivo. Seguir la carrera hasta que no quede de ti ni el recuerdo. Ver hasta dónde llegas.


Cómo quieres llegar tan lejos si ni si quiera has empezado a gatear.


Eres el suelo sobre el que todos corren, se caen y se apoyan. Eres la piedra con la que todos tropiezan. Eres el mar en el que todos se ahogan. Eres los ojos en que todos se miran. Y a ti, quién te ahoga, quién te mira, quién te tropieza y te sostiene.

Ya no ves la salida, y sigues persiguiendo la luz al final del túnel. Tu confusión de laberinto, tu complejo de accidente. El error de decir que estás vivo cuando eres hermano de la muerte.

Decadente. Triste llama incandescente. Tu hoguera se apagó hace muchos inviernos. Ya no eres como el fuego, pero aún así te quemas.

Vuelves, huyes, te vas y te quedas. Nómada de tu propia vida, personaje de relleno en tu propio cuento.



Venga, nos conocemos. Yo corro y me persigo, como si aún pudiera huir de mí mismo.

Como si aún pudiera huir de algo.

Viejos hábitos en tercera persona. Volver y no regresar.

He vuelto. Aquí, a las letras, en un intento vano de expresión, o de explosión.

He vuelto a ninguna parte, a alejarme para estar un poco más cerca de ti. O de mí.

He vuelto a escaparme, a huir del espejo, de la soga al cuello. Salir del camino asfaltado para darme cuenta de que aún hay campos verdes. Y que la soga al cuello no son más que mis manos. Que el espejo es un cristal al que no estoy mirando, y al otro lado no está más que el olvido.
Porque, sí, me olvidé. Olvidé cómo era eso de mirar al cielo y sentirse cada día un poco más cerca. Eso de dibujar constelaciones en tu espalda aún sabiendo que tú eras una estrella. Y me deslumbrabas. No me dejaste ver más allá de la tela y tu piel.

Te encierras en tu propio cajón mientras gritas que quieres ser libre. No sales de tu habitación mientras echas de menos el viento colándose entre tus mechones negros.

Te revuelves en tus miedos, te revuelcas en tus errores, te retuerces en tus recuerdos. Necesitas mil revoluciones.

Y volver a empezar de cero.

Te consumen las ganas de saltar, pero te gusta demasiado estar en el borde, y no te das cuenta que estás en una caída fatal, que falta una gota para que el vaso se desborde. Y te estrellas, una y otra vez, confundiendo el suelo con el cielo. Sigues viviendo en su mundo, donde tú estás bien y todo te va perfecto.

La realidad no le gusta a nadie.

Te vuelves a escapar, te vas, te pierdes, sin moverte del sitio. Tu mente es el mayor camino que te queda por recorrer. Y te hundes en tus libros como mares, siendo un buque a la deriva gritando auxilio, pidiendo que otra historia lo salve. Te hundes en cuadros que jamás podrás pintar, en letras que nunca podrías escribir, amas las esculturas a las que nunca te podrás parecer, escuchas canciones que nunca podrás componer que hablan sobre lo que nunca más volverás a sentir. Y navegas con una libertad en el pecho que no rozas con los dedos ni en tus mejores sueños.

Te escapas.

Lo intentas, te evades, haces de ti un arte cuando te destruyes. ¿No era la destrucción una forma de creación?

Siempre intentando escapar. De tópicos, de protocolos, de guías, de rutinas. De ti. Del vacío. Del miedo, del opresor, de lo programado y de lo correcto. Siempre cabalgando tu propio viento. Dime, ¿cómo se escapa de la nada? ¿De qué huyes cuando nada te persigue?

Espectador.


Es más cómodo  hablar como si la historia fuera de otro.

Justicia

Inspira. La miras y te inspira. Mire por donde mire, si es ella, me inspira. Podría contarle a alguien mil veces cómo ha sido el día, pero siempre me quedaré con esos pequeños detalles. Para mí, para mi pequeño recuerdo. Porque sé que nadie lo entendería si no la miran. Me encanta cómo mira los cuadros y las fotografías, y que después se gire a mirarme con esa sonrisa indescifrable que

Espera espera espera. No. No es alguien sobre quien pueda escribir. No me sale escribir. Las palabras no le hacen justicia.


Ni si quiera el arte le hace justicia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Esos días.

Llegaba el invierno, y comenzaban otra vez esos días. Días iluminados por un tenue azul que bañaba las calles de soledad. El frío helaba las expresiones de la gente, y todo se resumía en el golpeteo de esos zapatos sucios en hora punta.
Los días parecían golpear mi ventana, pasando uno tras otro como ráfagas de aire.
La melancolía venía a visitarme de vez en cuando, para que no me sintiera tan sola esperando a que el viento me llevara, sentada en la repisa de mi ventana.
Vuelven esos días, en los que el sol no brilla, y me abraza el calor de un buen libro junto con las gotas de lluvia. Subir a edificios a medio construir que dejaron abandonados, gritando el borde, simulando ser uno de esos muchos personajes de mis libros. Pero me falta alguien. 
Sin protagonistas no hay buenas historias.
Vuelven esos días en los que el vapor de mi aliento tiene más consistencia que el humo de los cigarrillos. Que voy despechada, con mucho abrigo, y aún así tengo frío. Esos días en los que el cielo me recuerda tus ojos, y suelto un suspiro cada vez que levanto la cabeza y veo tu alma empapándome de sed. Salir a caminar bajo la lluvia y que las gotas sean más sólidas que todos tus inviernos. Seguir inventando historias del beso perfecto mientras te enamoras de todas esas cartas sin remitente que nunca llegan y nunca vas a enviar.Ir al bosque y ver las hojas caer como todos tus mitos. Y ese azul frío colándose entre las ramas. Angustiadas, rotas, solitarias.
Siempre ese azul.
Ese tono que te transporta, te lleva, te eleva y vuelve a hacer caer de bruces contra el suelo.
Ese tono de ensueño que le resta consistencia a la realidad, y hace todo un poco más llevadero.
Seguir las nubes, intentar rozar el cielo. Perderse en el bosque una y otra vez tratando de encontrar el modo de no volver.
Vuelven esos días, que se pierden en palabras impresas y canciones tristes. Que se ahogan en surcos de vinilo. Que se consumen viendo cómo se marchita una rosa. Y que la hierba se vuelva escarcha. Y te escriba cartas en papel. Días que se pueden perder.
Diferentes, solitarios, fríos.
Días que se pueden perder.

Que se pierden.

Entre literatura barata y poemas de amor vacíos y sobrecargados.
Libros oxidados que tienen más historias que letras. Que tienen más romances que años. Y más tragedias que polvo.
Vuelven esos días mirando las horas pasar, contando las gotas, y con los rayos a modo de lámpara.

Vuelven esos días, 
los días que me gustan.



sábado, 27 de septiembre de 2014

Volviéndote a Escribir.

Hacía tiempo que no me planteaba si quiera esto, pero hoy tengo ganas. Quiero volver a hacerlo.
Voy a volver a escribirte.
A ti, que ya no me lees, y que nunca me has leído. Me gusta hablarte cuando no estás porque te muestras en tu máximo esplendor. En tu inexistencia. En tu vacío. Me gusta imaginar la música y a ti moviendo tus curvas por esa trepidante guitarra que escamea las notas como llamas. Me gustaba mirarte con aquella voz rota de fondo. Mirando a la ventana. Mirando a la nada. Mirándote. E intentar imitar esa voz rota. Pero me confundía y era yo la que me rompía en lugar de mi garganta cada vez que miraba tu espalda sin que me devolvieras la mirada. Tus enfados contigo misma. Tus enfados con nada. Cuando simplemente hacías que me rompiera porque no me mirabas.
Me gusta imaginarte mirando en la ventana. Con ese moño improvisado al que se le escapaba algún pelo, que caía sobre una de mis camisetas. Te abrigaban más mis bragas que mis brazos. Y no entendía cómo podía estar tan fría con lo caliente que me ponías. Nunca has necesitado mi calor. Te gustaba más el humillo de tu café recién ello. El vapor que desprendía tu boca en invierno. Eso era más cálido para ti que el fuego. Mi color anaranjado ternura no podía comparase para ti con el marrón claro de la madera.

Te gustaba más colgarte de las vigas.

Tu sonrisa y tu alegría conmigo duraba menos que un cigarro entre tus labios. Siempre con esa tristeza bonita. Siempre con esa lluvia. Siempre tenías esa mirada cansada, bohemia. Ese "amo al mundo, pero prefiero morir.”
Morir era tu sinónimo de quedarte en el confort de tu sillón, frente a mi ventana, con tu libro, y mis tazas de café. Me gustaba imaginar tu pelo fundiéndose con la madera. Me gustaba imaginarte tal y como eras. Eras tu pequeño rincón.
Y no sabéis a quién estoy escribiendo, pero os confesaré, que yo tampoco lo sé.
Que desde hace tiempo escribo a canciones, a gente que no conozco, sobre cosas que no he vivido.


Y hoy tocaba incinerarme.


Cartas sin remitente.

Hoy os voy a hablar de una chica. De mi chica. Ella es como el más suave y armónico de los arpegios en una guitarra acústica. Una melodía repetida, suave. Acompañada de violines y violonchelos, tan hermosos como sus curvas. Siempre me recordaba a un amanecer y un atardecer de verano. Con su silueta corriendo hacia el sol, como si pudiera alcanzarlo.
Y lo hacía.
Me recordaba a eso porque ella era donde empezaba y terminaba todo.
 Mis letras favoritas del alfabeto griego.
Me acuerdo de sus cartas, cuidadosa y estratégicamente perdidas en un cajón de mi mesilla, para no olvidarme de soñar con su voz. Ella era de Barcelona. Siempre me acordaba de dónde era porque la "B" era como ella: el principio de la belleza. La escribía tantas cosas como veces podía respirar a lo largo del día. La pensaba tantas veces como existía.
Y la besaba tantas veces como moría.
Siempre pensaba en sus labios. Y en todo lo que salía de ellos. Cada vez que podía verla, la pedía que tocara la guitarra. Era como si las cuerdas de la guitarra fueran sus cuerdas vocales. Lo decía todo sin necesidad de decir nada. Y me arrepiento de no haberme quedado en aquel atardecer eterno sentadas en algún puerto, viendo cómo el sol se ahoga en el mar.
Y me clavan un abrecartas cada vez que veo mi buzón vacío. Otra vez.
Acabé confundiendo tu "V" con tu "B". Que la "V" de tu piel no me da la vida, y vida no se escribe con "B". Pero yo lo hice. Lo escribí. Y sabía que estaba mal, pero nunca me había sentado tan bien un error gramatical. Y echo de menos ver un atardecer y no verte correr delante, porque ya no me levanto tan temprano. Porque ya sólo terminas. Sólo eres final. Y has sido el principio de mi película favorita, no te lo niego, pero no has dejado de ser ficción. Porque, sí, vuelvo a escribirte. Me encanta volver a escribirte. No sé quién eres, ni si existes, pero me encantas. Porque, sí, hoy vuelvo escribir para nadie. Vuelvo a mandar cartas sin dirección ni remitente. Y vuelvo a recibir cartas inexistentes que guardo en todos mis cajones. Vuelvo a recibir cartas que escribo yo. E intento abrir los cajones y que estén llenos de poemas de alguien que no conozco.
Sí, hoy vuelvo a escribirte.


No escribo para nadie, y escribo para ti. Y no sé quién eres, pero quiero conocerte pronto.

(Banda Sonora:

jueves, 4 de septiembre de 2014

Pequeños placeres.

Dejarte llevar, ¿sabes cuál es la magia de que te acune el mar?
Perderse, ¿dónde está la importancia de encontrarse?
Y sin saber lo que buscas.
Te buscas.      
Quizá me buscas.
Encontrarte hasta volverte a perder,
Pasiones que se quedan en suspiros,
Pulmones vacíos.
Me vacías.
Dejarte llevar, ¿sabes cuál es la magia de perderse?
Rumbo, lugar, tiempo;
Se derrumba cuando alzo la mirada al cielo,
Y contemplo, explícito,
Tus ojos de color acrílico,
Tus lágrimas convertidas en nubes.
 Y cómo te dejas llevar.
Resoplando tu respiración en cada centímetro de tu cuerpo,
Soy el viento, soy avión
El pájaro que nunca aprendió a volar.
Y dejarte llevar, ¿Sabes cuál es la magia de vivir?
Contemplar.
Empezar a viajar sin moverte del lugar,
Y mirarte.
Mil marineros se habrían ahogado en esos mares.
Y morir.
Eres humo y no quieres venir, ni vuelves,
Te escondes, te huyes, te desvaneces.
Y me pierdes.
¿Sabes cuál es la magia de dejarse llevar?
Arrebatar los sentidos, no sabes dónde estás, de dónde vienes ni a dónde has ido. ¿Es la importancia de haberse perdido? Y desde cuándo te tienes. No eres tuyo ni mío. Te elevas, sueltas un gañido. Te vences, me derrotas y te superas. Eres nube y flotas, te transformas. Eres tormenta. Me llueves magia en forma de simplicidad. Lo sencillo complica las cosas.
Te pierdes, te gusta el desconcierto. El deslugar, el desorden, el desacuerdo. No quieres líneas rectas, ni camino. Caminante nacido en tierra sin procedencia ni destino. No andas ni corres ni vuelas. Viajas, te pierdes, te manejas. Eres lo que nadie puede soñar. ¿Sabes cuál es la magia de dejarse llevar?
Improbabilidad.
Inesperado, aleatorio. Situaciones que consumen tus cenizas. Y renaces. No has nacido hasta que renaces de lo que nunca fuiste. No te engañas, no te mientes, no te escondes. Salvaje e impulsivo. ¿Sabes cuál es la magia de haberse perdido? Encontrar lo que nunca has querido y siempre buscabas. Saber lo que necesitabas. Soltar un suspiro en medio de un orgasmo. Desprender el alma de las garras de la realidad. ¿Sabes cuál es la magia de lo desconocido? Que se desconoce. La magia de ser niños. El mundo sigue siendo demasiado grande para las hormigas. No comprendas lo que no entiendes. Desaprende. Vuelve a empezar.
Dejarte llevar.
Por una vez, que pase lo que tenga que pasar. La gracia del movimiento tardío, de la reacción espontánea. La gracia de experimentar es el júbilo de lo ya conocido. Ve por calles en las que nunca has vivido, hay más historias, más puertas y caminos. Sin ser predeterminado. Odio las instrucciones. Quema la guía de la felicidad, hoy vas a descubrir lo que nadie quiere que encuentres. El roce que supera la realidad. Te transporta, te deja, te quejas, te aleja. Te liberas y no sabes sentirte libre. Los pájaros siempre vuelan al mismo lado. Vamos a ser desperdicios humanos.
Las brújulas y los mapas te enseñan el camino directo a tu tumba.
¿Sabes qué es la magia? Una noche de verano, una fogata en el campo, una luna que brilla más que mil carteles. El neón de una piel oscura que ilumina la nada. Ni sabes lo que dices.
Los errores bien hechos.
A veces no hacer lo que debes no es tan malo.



miércoles, 14 de mayo de 2014

-Fragmento- Cincuenta Guerras Mundiales.

Estamos entre tantas personas que poco tenía aquello que envidiar a esos festivales que tanto le gustaban,pero,¿que entre todas esas personas sólo existiera ella? Sí,esa era su magia.Era ella.
Tocaban una canción como en lo que quería que se convirtiera aquel momento,La Noche Eterna.
Tantos focos,luces,humo; y que la única luz que veía la señalara a ella.Ese tono azul que hacía brillar oscuramente su rostro le quedaba mejor que cualquier maquillaje.
Qué estúpido,un concierto de mi grupo favorito y que sólo escuchara explotar algo en mi pecho cada vez que me miraba sonriendo,mientras saltaba y cantaba todas a las que un día llamamos Nuestras canciones,y que ella no se percatara de que,dentro de mí,estaba estallando la quincuagésima guerra mundial.

Me has provocado tantas.

Empieza a sonar,aquella canción,con la que hicimos tantas promesas.Un día como aquel,un domingo especial.Un Domingo Astromántico.
-¿Bailamos? - Le dije.Ella me sonreía con esa ternura suya,que habría parado misiles.
ME extendió la mano,la rodeé la cintura,y empezamos a hacer pequeños círculos entre ese cúmulo de gente que apenas nos dejaba movernos.Pero a quién le importaba,estábamos bailando.
Cuando empezaba a cantar me acerqué,susurrándole la letra,como si fuera nuestro.

Como si todo fuera nuestro.

En el momento del estribillo mis dedos empezaron a escalar por su piel,dejándome llevar,sintiendo cada milímetro,como la más preciada obra de arte.Me deslizaba entre sus ojos,la acariciaba como si fuera viento,pero no quería que se desvaneciera.
Su magia,que hacía que sólo existiera ella.

Como si estuviéramos en otro lugar donde nadie más nos podía tocar.

No quería que su magia me dejara de hacer efecto.No quería que me soltara entre tanto viento.

No quería que me soltara.

Quería continuar.

Quería ser jodidamente eterno en ese instante,tan eterno e infinito como lo que me hacía sentir.

Mientras me deslizaba entre cada uno de sus milímetros,seguía susurrando la letra.Mi aliento chocaba con sus labios,y aquello nos hacía sentir más que cualquiera de los besos entre todas esas noches reversibles.Entre un par de sábanas.

Parecían mil bombas atómicas en nuestros ojos,mientras hacía slalom por por su cuello.
No me cansaba nunca de admirar cómo mis dedos se deslizaban por todo su cuerpo,deseando que no se desvaneciera nunca.Que nunca se fuera.
La miraba,la admiraba,como un pintor loco que se enamoraba de todo lo que pudiera pintar.
La pintaba un poquito y me paraba para mirarle,como si la palabra belleza hubiera cambiado de forma para presentarse ante mí.
La canción se terminaba,¿por qué se terminaba? No quería que terminara.Que nada terminara.
Quería seguir susurrándole a sus labios que no podría continuar si deja de hacer su magia,si me soltara.
Quería continuar.
Y en ese pequeño instante,al fin ella rompió esos milímetros que separaban su infinito y el mío.
Juro que no existe manjar,venganza,ni nada,que supiera mejor y fuera tan jodidamente mágico como aquel beso.

Eran dos universos explotando,y cómo me alegro esta vez de que esa destrucción construyera algo tan hermoso.

Empezaba otra canción,y no nos importaba.No me importaba nada más.Me había atrevido a conocerle y sólo quería que sus labios bajaran de nuevo a callarme.

domingo, 23 de marzo de 2014

-Terrible Amor-

A veces me pregunto si todos esos poetas románticos habrían estado enamorados de verdad.Siempre se ha dicho que cuando te enamoras y ves o piensas en esa persona te quedas sin palabras porque es demasiado perfecto para describirlo.
¿Cómo podrían los poetas estar enamorados si escribían cosas tan hermosas? Quizá no conocieron el amor.¿Y si se enamoraron del amor? De la idea del amor,de ese hermoso tópico de perfección.
A veces me pregunto si alguna vez la quise.
Vemos todas esas historias y películas tan bonitas de "te quiero,me quieres,lo mejor que podemos hacer es separarnos".Luego miro sin ver,y se puede ver todo.La realidad.
En verdad hay cientos de realidades distintas,pero en el amor son todas muy parecidas.Veo matrimonios destrozados,familias destrozadas,adolescentes destrozados.El mundo está roto.
Cuentos de hadas con finales de ogro.
¿Dónde quedaron aquellas palabras,todos esos momentos? Esas caricias que te erizan la piel más que cualquier canción.¿Dónde se quedaron? Detrás de una pantalla,tras la tapa de un libro.
Detrás de tus ojos,en lo más profundo de ti.
Dime,¿realmente eres feliz? tu vida no es una película de Disney,no hay príncipes ni princesas,no hay cosas perfectas,no hay canciones de amor cantadas a dueto improvisadamente,no todos sentimos el amor,ni lo tenemos.
No hay momentos ni personas perfectas,pero nosotros lo vemos como tales.No hay príncipes ni princesas,pero algunas personas son mucho más que eso para nosotros.Sin duda enamorarse es una terrible tragedia,pero al menos puedes decir que sentiste.
A veces me pregunto por qué la quiero.

jueves, 6 de febrero de 2014

-Relato Corto- Los Poetas Muertos Se Entierran En Amor

La condena de un poeta que escribe sobre el amor, es enamorarse de éste y nunca haber sabido lo que es.
Palabras, versos, pequeños relatos… Qué bella es la vida de la pluma y el papel cuando tienes una musa sobre la que escribir, una piel que convertir en verso, un beso que convertir en la más emocionante de las historias, una caricia que transformar en la máxima ternura escrita en papel. Qué desdichada la vida del poeta, enamorado de lo que escribe y sin saber lo que es enamorarse. ¿Cuántos latidos ardientes de un amoroso deseo han disparado nuestras palabras, y disipado nuestras esperanzas? Qué triste belleza y qué gran pequeña desdicha. Si las n…
-Señor, sus invitados han llegado.
-En seguida voy Jhon. Gracias por avisarme.
-De nada, Señor.
Jhon, mi mayordomo, la persona más fiel y servicial de todo Londres. Su interrupción es debido a los invitados que recién han llegado, todos esos malditos burgueses fanfarrones en busca de dinero y falso aprecio hacia mi arte. Acabo de publicar un nuevo libro, o mejor dicho, acabo de mostrar un trocito de mi alma en unos cuantos papeles, sobre mis queridas aventuras y desventuras que nunca tuve en ese amargo paseo por la vida el cual llaman amor, y todos debemos cruzar en algún momento, excepto yo, al parecer.
La fiesta era debido al gran éxito de esa “majestuosa” obra sobre mis amorosos andares inventados. Pingüinos con trajes de hombre, bellas sedas acariciando la hipocresía de los ricos traseros de sus mujeres a las cuales engañaban una y otra vez, y, en fin, todo tipo de disfraces de la burguesía de Inglaterra, se concentraba en el salón de mi lúgubre casa para sonreír cual estúpidos y felicitarme por escribir algo que ni si quiera han tenido la dignidad de leer.
Me puse una chaqueta negra con mi desaliñada camisa, unos pantalones algo más decentes, y, con mi sobrero de copa tapé todo rastro de inteligencia y emoción que se hallara en mi cabeza para, por unas horas, convertirme en otro estúpido burgués que va al teatro sin saber de qué es la obra.
-¡Vaya, aquí está nuestro poeta enamorado! ¿Qué tal, joven, estabas escribiendo de nuevo?
El Señor Rufus McGregor, un duque famoso en su zona por sus múltiples numeritos como consecuencia del alcohol. Un hipócrita más vestido de payaso burgués que pretende caer bien a la “alta sociedad” para tener buenos afiliados a su negocio. No sé cómo, con tantos años en esta escena social sigue creyendo que alguno de estos malcriados burgueses invertiría su asqueroso dinero en rescatar un negocio muerto.


-Vaya, Rufus. Esperaba que vinieras, y, bueno, ya sabes cómo soy, siempre escribiendo cosas para pobres. Puedo enseñarte dónde está la bodega, silo deseas, apuesto a que eso te dejará mejor sabor que un puñado de palabras.
Una sonrisa entre divertida, risueña, y burlona. Era mi modo de tratar a la burguesía, a todos les encantaba mi “fantástico humor sarcástico”. Ellos siempre se lo tomaban a broma, chistes crueles realmente graciosos para ellos, porque así eran ellos, felizmente crueles. Yo, sin embargo, salía frustrado de todas las conversaciones, ya que se reían de mi intento de echarles, verbalmente, a patadas de mi casa.
-¡Vaya, vaya, tan gracioso como siempre! Estar encerrado en esa habitación habrá cambiado tu olor, pero no tu gran sentido del humor por lo que veo.
-Yo veo que aún no has cambiado a tu mujer por una botella de Whisky, me alegra, ella me cae mejor.
-¡Ja, ja, ja! No creas que tardaré mucho, el Whisky se queja menos que ella.
-¡Rufus!
-¡Tranquila mujer, luego te recompensaré con joyas!
Sus estúpidas mentes cerradas, raciales y machistas me enfermaban hasta el punto de hacerme plantear el suicidio, pero qué cosa más suicida que enamorarse, dejarte en manos de otra persona, caer cual Alicia por su piel, hacer poesía en sus ojos cual Bécquer, dejar que el barco de Espronceda sea una mujer, y hundirse en el más profundo lago de su ser. Qué estúpido es enamorarse, no es más que otra forma de morir, pero he de reconocer que sin duda, es la más dulce.
Bueno, tras esa “agradable” conversación, proseguí mi camino por mi salón de un extremo al otro para saludar al resto de hipócritas que hoy hacían de mi amado hogar, un baile de disfraces y máscaras.
Había venido la hipocresía de la hipocresía, desde las casas de los Cavendish y los Capell, pasando por el conde Boyle, los Clifford de Cumberland,  el duque de Berwick, Monmouth, Buckingham, y el conde de Strafford, hasta algunos títulos como Hyde y Cecil.
Tras mi “emocionante” paseo por aquel baile de disfraces, me paré en medio del salón, entre todos esos descerebrados que se emborrachaban y disfrutaban a mi costa, y me quedé intentando hacer mudo el eco de sus vacías voces para deleitar a mis oídos con una de mis piezas favoritas para piano de Beethoven, interpretado por un joven al que daba clases gratuitas de piano. El chico tenía un talento asombroso y aprendía con una rapidez trepidante. Le pagaba por tocar para mi cuando se lo pidiera. Me gustaba contratar a mucha gente para tareas simples o que a ellos mismos les gustara, era mi contribución a los pobres, ya que la maltratada clase obrera o proletariado no tenía necesidad de aguantar los sudorosos y ricos traseros de los burgueses encima de ellos. Me indignaba sobremanera esa descompensación en las clases sociales, bueno, me indignan las clases sociales en sí.
¿Por qué tienen que ser más privilegiados unos rencorosos falsos que ganan su pan a costa de la desdicha ajena que unos verdaderamente nobles y humildes trabajadores guiados por su pasión que no hace ningún mal? ¿Por unos estúpidos papeles con números? El papel se puede utilizar para cosas mil veces más hermosas que para fabricar dinero, eso lo único que ha conseguido ha sido guerras, muertes de inocentes, engaños, y miles de desgracias más guiadas por la avaricia y el frenético ansia de poder. Las injusticias era algo que me quitaba el sueño, pero no más que el hecho de que dormiré solo el resto de mis días escribiendo sobre lo hermoso que es dormir abrazado a quien amas.
El baile de disfraces continuaba, aunque para mi el tiempo se había parado en aquella pieza de Beethoven. Al terminar, me acerqué al muchacho pianista para pedirle una de las canciones que yo le había enseñado. Perdido entre las partituras y más aún en mi pensamiento, por alguna extraña razón, quise levantar la mirada, como si las musas que golpean mi ventana cada vez que escribo, estuvieran levantando ahora mi cabeza.
Entonces, la vi.
Por un momento vi todas mis historias y todos mis versos escritos en una piel de marfil, blanca, delicada, y tan bella que pareciera que Miguel Ángel se apareció por gracia divina, esculpirla ante mis ojos. Sus ojos, tan profundos y en verso… Bécquer habría cambiado su pupila azul por aquellos ojos. Sus ojos gritaban con dulzura la pasión que su boca escondía, unos labios tentadores, que ni la mismísima Afrodita podría si quiera llegar a imaginar. Una figura tan esbelta, curva y perfecta, que Dios sólo soñaría con imaginar. No sabía quién era, pero al mismo tiempo sentía como si la conociera de siempre. Es pintura, arte y escultura, es poesía, es mi prosa, es mi tinta, es mis versos.
Era ella, a quien escribía todos mis cuentos, de la que mil veces me enamoraba en mis poemas. Era sobre quien escribía, y ni si quiera sabía quién era.
Me perdí en la inmensidad oscura y brillante de sus  profundos ojos marrones mientras caminaba en su dirección. No me miraba, pero me estaba pidiendo a gritos que la conociera.
-Buenas noches, señoritas.
-¡Vaya, el señor poeta aparece al fin!
- Siento mi tardanza, Señora Clifford.
-Oh, tranquilo, seguro que estabas perdido otra vez entre tu embelesadora poesía.
La Señora Clifford, una de las pocas que merecía la pena. Ella nunca ha leído mis libros ni mis poemas, no sabe leer, es de familia pobre, y gracias a un acuerdo con su tío, se casó con el Señor Clifford, el duque de Cumberland.
Es una mujer sencilla, divertida y que me trata como si fuera su hijo, también lucha por la clase obrera, supongo que es la única razón por la que sigo invitando a la burguesía a mi casa, en algunos aún hay esperanza.
-Más que poesía embelesadora yo diría que es un canto triste al amor.
-¡Oh, se me olvidaba! Querido, ésta es Evelyn.
Evelyn, hasta su nombre es perfecto.
-Encantado, Evelyn.
Apenas podía articular palabra, su belleza hacía del silencio la más hermosa de las poesías, pues un gran cuadro, se admira en silencio.
-Es un placer conocer a la persona que está detrás de todas las palabras que me enamoraban y me perdían cada tarde en mi habitación.
-Vaya, ¿has leído mi libro? Creo que de aquí serás la única, por suerte o por desgracia.
-He leído todos vuestros trabajos, y la verdad, es tan bello, delicado y romántico, que me resulta triste.
-¿Por qué la resulta triste el amor?
-Porque todo lo bonito es triste, y enamorarse, es una bella tragedia.
De su boca salía mi más pura poesía, era todo lo que quizá jamás habría llegado a imaginar, era perfecta, tan perfectamente imperfecta, como el amor.
-Veo que tenemos cosas en común, señorita Evelyn, pero, dígame, ¿por qué enamorarse ha de ser una tragedia?
-Imagino que como escritor y poeta culto habrá leído Romeo y Julieta.
-Por supuesto, pero no todos los amoríos terminan en tragedia.
-Entonces, Señor, es porque aquellos libros, no tuvieron un final.
-¿Cree que todas las historias terminan en tragedia?
-La vida es una tragicomedia, puedes reír todo lo que quieras, pero la muerte acabará asolando a todos, y aún deseando la vida eterna. Sería trágico ver morir a todos los que un día amaste, pese a que su cuerpo siguiera en pie, su corazón ya habría muerto.
En ese momento, caí. Sabía que había caído. Caí en un pozo del que jamás podría salir . Caí en sus ojos, en su boca, en su piel, en su mirada. Caí en ella, y sinceramente, jamás querría volver a levantarme.

Esas palabras, su pesimista alegría, era tan poética que por una vez me enamoraba yo de la poesía. No oía nada, sólo a ella, el sonido hueco de su presencia esperando una respuesta. No me importaba nada más, ni si quiera existía nada más, en mi mundo, sólo estaba ella.
-Jamás podría estar tan de acuerdo con algo.
-Me agrada vuestra respuesta, pero he de reconocer que esperaba algún verso de ánimo con carácter positivo que contraatacara a mi, digamos, pesimista felicidad.
-Si quiere oír versos, la invito a ver la luna en mis jardines, pues no hay musa más efímera y fiel que la dulce y misteriosa noche.
-Me encantaría, Señor.
Nos mirábamos, intrigados el uno por el otro, intentando descubrir lo más oculto de nuestro interior, pero en aquel momento nuestros ojos estaban iluminados por poesía y pasión.
La luna iluminaba tenuemente los paisajes, dando a todo un tono salvaje y libre, perdido en el grito de las estrellas fulgurantes intentando hacerse un hueco entre la noche, pero era imposible, mis ojos sólo se fijaban en ella, mi mirada era ella. Ella era el cielo y todas las estrellas, era cada tenue rosa del rosal, era mi pluma, mi sonrisa, era el amor personificado, era sobre todo lo que escribía; era ella, y la había encontrado.
Su blanco rostro albino acariciado por su pelo negro, confundible con el cielo, era iluminado por la luna, en un canto a la belleza que ni el más hermoso de los poemas jamás escrito podría describir lo que mis ojos de pobre mortal estaban viendo.
-Bueno, Señor poeta, ¿sería capaz de deleitarme improvisadamente con sus versos?
-Eso es algo demasiado fácil teniendo a tal musa delante.
-Sorpréndame.
Estallé.
Mis latidos eran mil gritos de pasión, todo lo que salía de mi boca, era ella, no podía describir las estrellas sin mencionar que ella era más brillante que todo el firmamento. No podía mencionar una rosa sin decir que ni todo el rosal junto haría justicia a su belleza. No podía describirla, la perfección, es simplemente perfecta.
-Vaya, me halagáis en exceso con vuestras palabras.
-Palabras hermosas para una hermosa dama.
-Maldito romántico embaucador.
Me miraba, con una sonrisa pícara, pero más dulce que cualquier manjar, y más suave que cualquier nube.
-Bueno, señor “conquistador” de mujeres, ¿Cómo se declararía usted a su amada?
-Con la demostración más pura de mi alma.
-Demuéstrelo, entonces.
Me paré en medio del tiempo, abrí al silencio en forma de sonrisa, dejé a mi alma perderme en sus ojos, y me solté.
-Te amo en verso, en prosa y en viento;
 te amo en luz, y te amo lento,
 pero te amo,
 como sólo podría decírtelo el viento.
Ahí empezó, su atónita y palpitante mirada lo decía todo. Su piel se erizaba, los sentimientos surgían, y jamás habría podido imaginar que un día conocería lo que es la vida.
Empecé a escribir los versos más hermosas que jamás había escrito, y todo era sobre ella. Al fin había conocido el amor. No paraba de escribir, no podía parar de escribir. Cada noche miraba al gran astro nocturno, y la veía a ella, veía su blanca tez iluminada por la tenue y azulada luna. Escribía toda la noche y dormía durante el día, no hacía más que escribir, para tener otro libro de éxito, y volver a verla, esperando como la noche espera el primer rayo de sol, al final de las escaleras, en un banco de mi jardín, en el más recóndito de los rincones.
Tras cada nueva publicación, hacía una nueva fiesta, y ella volvía a aparecer.
Magia y poesía salían de mi boca al unísono cada vez que tenía el honor de contemplarla. Baile tras baile, encadenados por las más poéticas e intrincadas conversaciones, sentía como mi fría y muerta alma iba resurgiendo en una llamarada.
No sé si era amor, o era ella trepando en la noche de mis entrañas, pero desde luego, por primera vez, me hizo sentir vivo más allá de las palabras.
Estábamos conectados, por miradas, por versos, por gestos, por notas en el piano. Da igual cómo, pero necesitábamos estarlo. Era como si ella estuviera al borde de un acantilado y yo en el fondo del abismo, ambos éramos la cuerda del otro. Era una relación tan complementaria y tan perfectamente imperfecta, que el ideal amor de todos mis relatos, se quedaba en una triste hogaza de lo que en verdad era ese sentimiento.
Poco a poco, mi independencia iba desapareciendo para convertirse en carencia, la carencia de su ausencia. Todas las noches que pasaba escribiendo sin tener más que un triste reflejo de su piel en la nocturna luz que atravesaba mi ventana, se empezaron a volver locura. La ansiaba, la necesitaba, y tardaba demasiado en verla. Sin su presencia, no tenía más que una desgarradora locura que decía a gritos su nombre, como un violento silencio en mi mente.
Tenía que hacerlo, necesitaba pasar hasta mi último y agonizante segundo con ella. Sólo con ella.
La iba a pedir matrimonio, una noche tan bella como la primera. Había publicado mi último libro, basado en nuestra historia, y ese mismo día antes de verla, escribí el poema más hermoso jamás escrito para declarar mi deseo de su presencia ante mis ojos al despertar cada mañana.
Todo era perfectamente imperfecto, como la primera vez que nos vimos. Saludé a todos los invitados, pedí a mi joven pianista la misma pieza de Beethoven, alcé la cabeza, y la vi. Entrando por la puerta grande, bajo la expectación de todos los presentes.
Todo era igual que la primera vez, pero esa noche, era más bella que ninguna.
Envuelto en el máximo estado de felicidad, crucé la sala en un paso para recibirla como sólo ella puede ser recibida.
Rápidamente nos evadimos del mundo, pues si eso era el mundo, que nos digan a nosotros qué éramos el uno para el otro.
La luna la hacía brillar más que todo el infinito firmamento, su voz era más suave que cualquier mágica melodía, y su belleza… Que Dios haga reescribir el significado de belleza y ponga una imagen suya.
No parábamos de hablar, éramos la inspiración del otro, sólo había palabras enamoradas de personas, y algún que otro silencio dulcemente provocado por sus labios.
Estábamos tan perdidos en las miradas del otro, que acabamos perdidos por la ciudad, y en ese momento, rodeados por la magia que unía y separaba nuestros latidos, supe que había llegado la hora. En el lugar más alto de todo Londres, bajo la cuna de la luna y con toda la ciudad a nuestros pies, dejé volar todo mi alma por mi boca, hasta llegar a la más profunda coraza de su ser.
-Si del cielo fuera dueño, ni creando millones de estrellas podría conseguir el brillo eterno de tu sonrisa.
Si la tierra fuera mía, ni aun haciendo florecer los más hermosos paisajes podría igualarse a tu abrumadora, auténtica y natural belleza.
Si del universo fuera rey, no podría ampliarlo lo suficiente como para contener todo el amor que mi corazón retiene.
Evelyn, en tu ausencia muere mi alma y la revives cada vez que conmigo cruzas la mirada. No quiero que mi alma muera cada noche, pero me encantaría cruzarme con tu mirada cada vez que el sol llame a mi ventana.
-Yo…
-¡Señorita Evelyn! Al fin la encuentro, siento interrumpir su conversación con el caballero, pero ha ocurrido algo terrible, señorita.
-Jhon, ¿ Qué ha ocurrido?
-Su padre…
En ese momento, sentí como el universo se volcaba en mi cabeza. Jhon, mi mayordomo, venía para comunicarle que su padre había fallecido.
Todo se había roto en ese momento, y la realidad nos cortaba con sus pedazos. ¿La muerte siempre tiene que interrumpir el amor?
Salimos corriendo hacia la mansión, donde ya había llegado la noticia. La llevé a mi cuarto y pedí a Jhon que nos trajera un té. Intenté calmarla, pero la abrumadora noticia había hecho que todas mis palabras quedaran en sordos e inservibles murmullos.
A pesar de mis consejos, partió esa misma noche hacia su casa para dar la última despedida a su padre, aunque ya no pudiera oírle.
La locura tomó posesión de mi cuerpo, había perdido mi oportunidad, y eso jamás me lo perdonaría.
Escribía noche y día para volver a verla, intentarlo de nuevo, sin que ninguna triste pintura tiñera nuestros corazones, pero ahora todos mis versos estaban empapados de una triste realidad.
Al fin logré publicar una nueva y exitosa obra, invité a todos esos burgueses, lo preparé todo de nuevo como el primer día.
Al llegar los invitados, crucé de punta a punta de la sala para saludarles con la más verdadera de las sonrisas, pues sabía que a partir de ese día, no se volvería a borrar de mi rostro.
Me acerqué a pedirle de nuevo aquella pieza a mi joven pianista, al cual hoy había vestido con las mejores galas que me permitió mi bolsillo.
Todo era perfecto, menos por ella. El muchacho tocó la pieza, y otra, y otra. Canción tras canción mi ansiedad aumentaba. No llegaba, ¿por qué no llegaba? Mejor tarde que nunca, se suele decir, pero esta vez, no llegó tarde.
El sonido de la puerta irrumpía en mi salón, pero mi alegría rápidamente se convirtió en incomprensión cuando vi aparecer a Jhon por la puerta, acercándose a mi.
Su mirada triste apenas se asomaba por su sombrero, era incapaz de mirarme a los ojos, y no comprendí el por qué hasta que de su boca salieron las más horribles palabras que jamás había oído.
-Señor… Lo lamento, pero la señorita Evelyn no aparecerá ésta noche…
-¿Qué ha ocurrido, Jhon?
-La señorita… Bueno, de camino hacia su mansión, hubo un desprendimiento de tierra debido a la fuerte tormenta, con tan mala suerte que fue a parar a su carruaje y…
Estallé, en cólera, en tristeza, en agonía, en demencia. No sé en qué, pero estallé.
Arrodillado, escuchando el sonido de mi copa rompiendo contra el suelo, al igual que yo me rompía contra la realidad. Lancé un grito de dolor, como si mil lanzas se clavaran en mi pecho. Entre lágrimas y carrascosos gritos eché a toda esa escoria burguesa de mi casa, subí agonizando a mi cuarto, tropezando con todo lo que hubiera en mi camino.
Me encerré en la habitación y empecé a escribir, a ahogar mis gritos en papel, a ocultar mi dolor entre párrafos, esperando que mis letras la hicieran revivir. Sólo miraba a la luna, a mi luna, la que un día fue testigo del único amor verdadero que mi vida pudo contemplar. Escribía y escribía, porque era lo único que sabía hacer. ¿Qué era sin ella? ¿Cómo podría continuar sin ella? No era nada, el mundo se había caído, ¿por dónde iba a continuar?
Durante dos semanas no salí de mi habitación, escribía día y noche mientras no paraba de llorar. Mi cuerpo estaba inundado de tristeza, porque mi alma se había ido con ella, pero yo seguía esposado a la vida terrenal.
Jhon me dejaba comida en mi puerta, pero no tenía tiempo de comer, tenía que escribir, escribir para ella. Aún tenía la esperanza de que en la próxima fiesta de mi nuevo libro, la volvería a ver mientras sonaba aquella pieza de Beethoven.
Mi agonía se expresaba en mi irregular y tambaleante letra, mis palabras estaban empapadas con toda mi tristeza, y yo, sentía que iba a hacer un nuevo océano con mis lágrimas.
El insomnio me dominaba, la locura era mi guía, pero en mi rostro, jamás se volvió a ver una sonrisa.
Presa del sueño, a la tercera semana desfallecí sobre uno de los múltiples poemas con los que había llenado mi habitación. El sueño era como una muerte temporal, y entonces,  pude verla. Resonaba en mi cabeza como una voz lejana.
-Si el amor fuera ideal, y la vida no fuera una tragedia, la muerte sería el canto más romántico.

En ese momento, se abrió la puerta de mi cuarto, lo cual es extraño, ya que me había encerrado en ella, y sólo yo tenía la llave.
-Señor, los invitados han llegado.
-Jhon, ¿dónde está Evelyn?
-¿Evelyn? Señor, no conozco ninguna Evelyn.
-Claro que si, mis 5 últimos libros sólo hablan de ella, la chica que conocí en la fiesta del 8 de Octubre, ¿ no la recuerdas?
-Señor, hoy es 8 de Octubre, es la fiesta por el éxito de su último trabajo.
Me levanté sobresaltado, ¿qué había pasado? Miré a mi alrededor, ninguno de los libros que escribí para ella estaban, tampoco nada de lo que había escrito esas agonizantes tres semanas. No había ningún rastro de ella.
-Señor, creo que sólo ha tenido un mal sueño.
Un sueño, era todo lo que había sido, un simple sueño. Era de extrañar que tan bella perfección pudo haber sido obra de la realidad. El amor es algo tan bello, fantasioso e inestable, que sólo puede ser un sueño, que se rompe con el trágico alba de la realidad.

¿Y si la realidad es el sueño?