He vuelto. Aquí, a las letras, en un intento vano de
expresión, o de explosión.
He vuelto a ninguna parte, a alejarme para estar un
poco más cerca de ti. O de mí.
He vuelto a escaparme, a huir del espejo, de la soga
al cuello. Salir del camino asfaltado para darme cuenta de que aún hay campos
verdes. Y que la soga al cuello no son más que mis manos. Que el espejo es un
cristal al que no estoy mirando, y al otro lado no está más que el olvido.
Porque, sí, me olvidé. Olvidé cómo era eso de mirar
al cielo y sentirse cada día un poco más cerca. Eso de dibujar constelaciones
en tu espalda aún sabiendo que tú eras una estrella. Y me deslumbrabas. No me
dejaste ver más allá de la tela y tu piel.
Te encierras en tu propio cajón mientras gritas que
quieres ser libre. No sales de tu habitación mientras echas de menos el viento
colándose entre tus mechones negros.
Te revuelves en tus miedos, te revuelcas en tus
errores, te retuerces en tus recuerdos. Necesitas mil revoluciones.
Y volver a empezar de cero.
Te consumen las ganas de saltar, pero te gusta
demasiado estar en el borde, y no te das cuenta que estás en una caída fatal,
que falta una gota para que el vaso se desborde. Y te estrellas, una y otra vez,
confundiendo el suelo con el cielo. Sigues viviendo en su mundo, donde tú estás
bien y todo te va perfecto.
La realidad no le gusta a nadie.
Te vuelves a escapar, te vas, te pierdes, sin
moverte del sitio. Tu mente es el mayor camino que te queda por recorrer. Y te hundes
en tus libros como mares, siendo un buque a la deriva gritando auxilio,
pidiendo que otra historia lo salve. Te hundes en cuadros que jamás podrás
pintar, en letras que nunca podrías escribir, amas las esculturas a las que nunca
te podrás parecer, escuchas canciones que nunca podrás componer que hablan
sobre lo que nunca más volverás a sentir. Y navegas con una libertad en el
pecho que no rozas con los dedos ni en tus mejores sueños.
Te escapas.
Lo intentas, te evades, haces de ti un arte cuando
te destruyes. ¿No era la destrucción una forma de creación?
Siempre intentando escapar. De tópicos, de
protocolos, de guías, de rutinas. De ti. Del vacío. Del miedo, del opresor, de
lo programado y de lo correcto. Siempre cabalgando tu propio viento. Dime,
¿cómo se escapa de la nada? ¿De qué huyes cuando nada te persigue?
Espectador.
Es más cómodo hablar como si la historia fuera de otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario