¿Sabéis? A veces las cosas no salen como quieres. Y
con a veces quiero decir casi nunca. Todo el mundo tiene un plan, una idea de
lo que pasará cuando tienen que tomar una decisión. A veces no es tan malo como esperas, pero otras,
no tan bueno.
La vida es una sucesión infinita de planes
frustrados o que no salen totalmente a la perfección, pero en el fondo, de eso se
trata. Las cosas no suelen pasar como queremos que pasen, si no como
necesitamos que ocurran. Lo que queremos y lo que necesitamos a veces son cosas
un tanto lejanas, pero ambas necesarias.
Por cruel que suene, es cierto que en ocasiones es
necesario romper un par de huevos para hacer una tortilla, pero no hace falta
ir con un bate por la calle golpeando la entrepierna de la gente.
Algunas cosas a veces necesitan romperse, incluso
nosotros mismos. Es la forma en la que aprendemos, a base de errores
garrafales, o simples situaciones no elegidas que en muchas ocasiones pueden
con nosotros. Pero lo bueno de esas situaciones, es que, cuando algo se rompe,
no queda nada más que hacer con ello, así que simplemente, puedes empezar de
nuevo.
Si algunos planes no funcionan es quizá porque el
universo tiene cosas mucho mejores reservadas para nosotros, y quizá por ello,
para saber disfrutarlas y apreciarlas de verdad, hay que cagarla un par de
veces. Al fin y al cabo, la ciencia no son más que un montón de errores
corregidos, que se seguirán corrigiendo. Y nosotros no somos ciencia, pero
también tenemos grandes cosas. Nos hundiremos como buques de guerra, pero
podemos hacer navegar barcos de papel. Estaremos tan jodidos como los
personajes de películas de terror, pero no hay quien nos quite una escena
cómica o de amor de por medio. Y sí, seremos decadencia, nos ahogaremos,
sufriremos y nos joderá, y puede que algunos, por desgracia, no salgan de ello.
Pero eso no quiere decir que sea imposible.
Nos daremos de palos y nos reiremos, volveremos a
amar y correr sonrientes por las calles después de haber llorado. Seguiremos
pensando en París. Pero lo más importante de todo, es que volveremos. Como sea,
y quién sabe cuándo, pero la vida es un laberinto con aparatosas y fortuitas
coincidencias y en forma de espiral, porque jamás regresaremos al mismo sitio.
Quizá deberíamos volver a comprar viejos vinilos,
libros rotos y antiguos con más historias que años, bailar vals, hacer fotos en
la cama de domingo con una Polaroid 600, pasar una tarde en el campo y grabar
con el toque retro de una Super8. Ir a conciertos en salas pequeñas de grupos
que nadie conoce, ver una de esas lentas y preciosas películas francesas en
blanco y negro. Correr por los museos, besarnos por todas partes, hacer
nuestras las calles y que el firmamento sea testigo de que somos los únicos que
corren sin motivo por la ciudad a las tres de la mañana.
Y sé que el mundo está loco y que nosotros también
enloquecemos, pero joder, a quién coño le importa si enloquezco contigo.
Hemos acabado por los suelos, hemos pasado por
dolores indescriptibles que ni si quiera eran físicos. ¿Y sabes qué? Que está
bien. Estamos jodidos y seguimos siendo jodidamente extraordinarios.
La destrucción es una forma de creación, dicen.
Aunque algunos simplemente se destruyen.
Pero la rueda sigue, y seguiremos teniendo momentos
horribles y noches de no dormir por una razón u otra, pero joder, brindo por
las pequeñas pausas que nos hacen pensar que a veces estar jodido no es tan
malo. Quien más sabe, muchas veces no es quien más lee, ni necesariamente quien
más años tiene.
Pero sigamos disfrutando, de las pequeñas cosas, de
volver a ratos y de no estar. De seguir a rastras, de joder planes, de ser
atroces y decadentes, de joderlo todo. Porque si se jode, solo es para dejar
espacio a algo aún mejor.