Ya no sé escribir.
Y esto es una redundancia. Un golpe seco en el
interior de todo lo que creo, de lo que he sido y lo que aspiro a ser. No sé
llegar a las metas, y un día os hablaré de Ítaca, pero hoy no. Hoy no puedo
escribir.
Siento que pierdo la esencia de todo lo que un día
significó algo para mí, y supongo que eso es lo que llaman crecer.
He perdido la cuenta de los días de tormenta que han
transcurrido sin que me haya dejado llevar. Ya no llueve en mis tejados y los
días sin nubes son un decorado de películas en blanco y negro.
No, no quiero ver el mundo en dos colores porque
conozco de sobra la gama de grises, y sé que hay combinaciones que existen en
los rincones donde todavía no puedo llegar.
El mal no hace al artista. El arte no te llama ni te
devuelve las llamadas cuando lo necesitas. Es el poder omnisciente que tenemos
todos los humanos, pero algunos han ido demasiado a escuelas de superhéroes y
ya no saben usar su poder más básico.
Hay un eco en mi cabeza cada vez que choca con
palabras más profundas que las últimas piscinas en las que he estado vertiendo
mis mares. Me dice que contenerse no es la manera fácil. Que yo, salvaje e
indulgente porque preocuparme por algunas cosas me ocupa demasiado tiempo, me
rindo a sus telares, a sus entretejidas telarañas que me atrapan ese pozo de
sentimientos y películas francesas que está en la parte izquierda de todo lo
que soy. Que a veces reconozco que no me dejo ser porque me rindo al decorado
de una vida con risas enlatadas. Pero sé que siempre hay una salida. Entre las
líneas de sus labios que susurran silencio en un mundo donde todo está
demasiado alto pero la media mundial en todas las medidas es cero.
Cero de profundidad.
Sé que puedo acudir a las letras cuando mis dedos no
tengan con quién entrelazarse. Sé, que todos los símbolos que dibuje tendrán
algún sentido aunque no rimen ni tengan sonido.
Pero el mundo aprieta, y yo aguanto la respiración
porque un suspiro es un acto de violencia. No quiero sostenerme, no quiero
quedarme en un punto de la tierra cuando el mundo es una locura y yo soy un
desastre natural que huye cada vez que la realidad grita demasiado alto.
No quiero ser testigo de otro apocalipsis más si ya
he vivido lo suficiente como para reconstruir las ruinas que dejaron los míos.
Ya no sé escribir, porque siento que el mundo me
obliga a perder la esencia de que las palabras son revoluciones en cada persona
que se atreva a descubrirlas.
Ya no sé escribir, y esto es una redundancia, porque
he sucumbido a la rutina de hacer lo mismo que todos para sobrevivir, y me ha
ganado el partido la vida, porque yo sólo se vivir a través de líneas
irregulares y de caos entre los colores de mis acuarelas, las cuerdas de mi
guitarra, los desenfoques de mis fotos, y todas las palabras a las que les
estoy quitando mis cadenas.
A veces no sé de lo que hablo.