jueves, 18 de agosto de 2016

En mis letras.

Ya no sé escribir.

Y esto es una redundancia. Un golpe seco en el interior de todo lo que creo, de lo que he sido y lo que aspiro a ser. No sé llegar a las metas, y un día os hablaré de Ítaca, pero hoy no. Hoy no puedo escribir.

Siento que pierdo la esencia de todo lo que un día significó algo para mí, y supongo que eso es lo que llaman crecer.

He perdido la cuenta de los días de tormenta que han transcurrido sin que me haya dejado llevar. Ya no llueve en mis tejados y los días sin nubes son un decorado de películas en blanco y negro.

No, no quiero ver el mundo en dos colores porque conozco de sobra la gama de grises, y sé que hay combinaciones que existen en los rincones donde todavía no puedo llegar.

El mal no hace al artista. El arte no te llama ni te devuelve las llamadas cuando lo necesitas. Es el poder omnisciente que tenemos todos los humanos, pero algunos han ido demasiado a escuelas de superhéroes y ya no saben usar su poder más básico.

Hay un eco en mi cabeza cada vez que choca con palabras más profundas que las últimas piscinas en las que he estado vertiendo mis mares. Me dice que contenerse no es la manera fácil. Que yo, salvaje e indulgente porque preocuparme por algunas cosas me ocupa demasiado tiempo, me rindo a sus telares, a sus entretejidas telarañas que me atrapan ese pozo de sentimientos y películas francesas que está en la parte izquierda de todo lo que soy. Que a veces reconozco que no me dejo ser porque me rindo al decorado de una vida con risas enlatadas. Pero sé que siempre hay una salida. Entre las líneas de sus labios que susurran silencio en un mundo donde todo está demasiado alto pero la media mundial en todas las medidas es cero.


Cero de profundidad.


Sé que puedo acudir a las letras cuando mis dedos no tengan con quién entrelazarse. Sé, que todos los símbolos que dibuje tendrán algún sentido aunque no rimen ni tengan sonido.

Pero el mundo aprieta, y yo aguanto la respiración porque un suspiro es un acto de violencia. No quiero sostenerme, no quiero quedarme en un punto de la tierra cuando el mundo es una locura y yo soy un desastre natural que huye cada vez que la realidad grita demasiado alto.

No quiero ser testigo de otro apocalipsis más si ya he vivido lo suficiente como para reconstruir las ruinas que dejaron los míos.

Ya no sé escribir, porque siento que el mundo me obliga a perder la esencia de que las palabras son revoluciones en cada persona que se atreva a descubrirlas.

Ya no sé escribir, y esto es una redundancia, porque he sucumbido a la rutina de hacer lo mismo que todos para sobrevivir, y me ha ganado el partido la vida, porque yo sólo se vivir a través de líneas irregulares y de caos entre los colores de mis acuarelas, las cuerdas de mi guitarra, los desenfoques de mis fotos, y todas las palabras a las que les estoy quitando mis cadenas.



A veces no sé de lo que hablo.

sábado, 11 de junio de 2016

Breves.

A veces llegas a un momento de la vida en el que te permites mirar a tu alrededor y contar todos los asientos vacíos, como si fuera el final de una fiesta de cumpleaños. Sabes que sólo quedas tú para apagar las luces. Mirar hacia atrás siempre es duro, pero nadie habla de lo que jode darte cuenta de lo que pasa justo ahora.

Llegas a un punto en el que te rindes a la rutina sin ser ni si quiera consciente de que existe una, dejas de hacer cosas que antes adorabas y te acostumbras a todo lo que odias. Pierdes facultades, recuerdos, buenas sensaciones, pero sobretodo personas, sin si quiera darte cuenta.

Los que estuvieron años contigo compartiendo aventuras ahora se encarrilan en un tren con el mismo destino que todos. Y da rabia, porque solíais ser vosotros los que andabais fuera de las vías.

Quizá ya han pasado todos los buenos momentos que me tocaban vivir con algunas personas. O quizá crecer y cambiar no es para todo el mundo.

El futuro es difuso y confuso, nunca sabes lo que te depara, pero al mirarlo justo desde este punto, pase lo que pase siempre habrá cosas que duelan, cosas que se vayan. Y sí, es natural y normal, las cosas tienen que cambiar, y quizá, cuando vuelva a leer esto dentro de un par de años, me alegraré de que lo hayan hecho.

Como siempre dicen, lo breve y bueno, dos veces bueno.


Nunca entendí qué puto problema tiene la gente con hacer que las cosas duren.


Y probablemente nunca lo haga. Pero habrá que disfrutar de las dos horas y media de espectáculo. Nadie se acuerda de cuándo bajan el telón.

Tenemos los mejores años de nuestra vida esperando a ser encontrados, perderemos más cosas de las que jamás habremos ganado, y en cierto modo será bonito, porque nadie podrá negar que hemos vivido. No es una carrera, ni un concurso de estatuas, pero quizá a algunos se les acelera el ritmo cuando aún no han encontrado a qué velocidad quieren vivir.

Desde luego, no me quiero pasar la vida como un chico de papel en una ciudad de papel. Y me iré, ganaré y perderé, me olvidaré de las cosas,  y pude que hasta vuelva de pasada a recordar. Dolerá y sonreiré, porque todas las buenas cosas siempre serán mucho más que recuerdos bonitos, y al final, será lo que deba ser. A quién le importa lo que nos espera mientras podamos vivirlo.



Que pase lo que tenga que pasar.

domingo, 24 de abril de 2016

Minutero.

“Deja de intentar controlarlo todo y suéltate de una maldita vez”, me dijo.

Queremos el control, nos pasamos la vida organizando y desperdiciando horas para controlar situaciones, empresas, negocios, países o directamente personas. Anhelamos el control, ansiamos que todo esté a nuestro alcance, y la única razón de ello es porque vivimos controlados. Nos han enseñado desde que nacemos que algo sin control está mal. Sin embargo, ¿cuántas cosas podemos controlar realmente? Si podemos perder el control sobre nosotros mismos, cómo pretendemos controlarlo todo.

No quieren que soltemos el volante porque si no seremos incapaces de seguir su perfecto camino.

¿Por qué siempre queremos lo que no tenemos y despreciamos todo cuando lo conseguimos? A quién le importa, sigue conduciendo. Consumiendo.

La perpetuación de una especie prefabricada, sometida a la obsolescencia. Los gobiernos y sistemas son la fábrica más defectuosa del mundo.

Quizá la autodestrucción sea la verdadera creación de todo lo que somos y todo en lo que creemos. La decadencia es el alimento de la rutina, porque los atardeceres y los viajes a sitios hermosos sólo son fotografías.

Cuando se jode nuestra vida todo se vuelve un cubo de ladrillos en el que sólo estás tú y todo lo que pueda hacerte daño. Y entonces lo coges, y no te separas de ello, porque es lo único que te hace sentirte mínimamente vivo en un mundo de plástico, o que te evade de él. Si no somos controlados, nos redirigen a la redención de la inmolación lenta.

Nos convierten en tarjetas de  identidad, números de cuentas bancarias, matrículas de coche, números de teléfono, direcciones de viviendas. A quién le importa lo que eres mientras puedan resumirte a un documento legal. Quizá cuando teníamos ideas nos dieron las drogas para que no tuviéramos que desarrollarlas por nosotros mismos, o para que estuviéramos demasiado ocupados como para fecundarlas. Nos dieron la televisión para que no tuviéramos que encontrar chistes ni tener pensamientos demasiado profundos. Nos dieron los roles de género para no tener que preocuparnos de conocernos entre nosotros. Nos dieron el fútbol, la política, el constante bombardeo de lascivia, el dinero, la crisis, los productos de entretenimiento. Somos el bufón del mundo que se ríe de su reflejo mientras se cree por encima de su propia imagen.

Quizá por eso nos prohibieron perder el control, dejarnos llevar. Porque no se puede crear ideas en masa. Porque perder el control está mal, si no tienes un plan está mal. La impulsividad, la espontaneidad, el atrevimiento, lanzarse al vacío a descubrir si puedes volar y que no te importe saber dónde está el suelo.





A ningún vendedor de jaulas le gusta que los pájaros vuelen.


sábado, 12 de marzo de 2016

El Tremendo Caos de Pensarte.

Ausencias.

A veces rebusco entre todos mis libros de poesía a ver si te encuentro entre las páginas, cuando me olvido de besar tus recuerdos por la noche.

A veces me faltas tanto que el universo parece un eco vacío sin ningún tren directo a tu paraíso.

A veces, cuando pongo mis vinilos y finjo bailar contigo, confundo la delgada línea que hay entre tú y el arte con la cuerda del funambulista que escribe nuestra historia, intentando divisar esas baldosas amarillas para encontrarte.

Me he imaginado tantas veces nuestras vidas tras la lente de un proyector que quizá me sea inherente eso de hacer todo de película.

He repetido mil veces nuestra catástrofe inicial, sacando mi lado detallista. Y quizá me pase a veces de aburrido y oficinista, pero es que hasta algo que tanto odio como la rutina, me hace feliz contigo.

Quizá nunca llegue a dar el Gran Salto Mortal, arrancarle al tiempo un gañido que estremezca al mundo y todos sepan cuánto me alegro de compartir días contigo. Pero a quién le importa lo que haya alrededor cuando puedo mirarte a los ojos.

Te gritaré a caricias que no me importaría perderme en las carreteras de tu espalda el resto de mis días.

Y no pretendo ser un héroe ni un esgrimista, no quiero ser un punzón en tu pecho ni alguien que te diga que no eres lo suficientemente fuerte como para salir sola de tus malos días. Sólo quiero ser una compañía, que te saque sonrisas, te haga reírte y sentirte querida. La manta que te tapa bajo la cama cuando la realidad se escucha demasiado fuerte y asusta a los violinistas.

Dejé madurar las espinas que llevaban viviendo entre mis huesos más tiempo del que puedo recordar, pero tú tenías el remedio perfecto a base de besos y buenos días.

Me haces estremecer tanto que a veces logras que se me caigan pesadillas como cuando un gato alborota con las bolas del árbol de navidad. Y no, nunca me gustó la navidad, su historia, sus creencias ni escribirlo con mayúscula, pero quién te iba a decir que no con esa sonrisa.
Y este sigue siendo un intento malo de describir las flores que pueblan tu jardín de virtudes, caos y vicisitudes, que es poesía en su propia esencia. Que por mucho que lo intente todas mis letras me llevan a ti, a tu mundo inexacto e inequívoco de contradicciones y contracorrientes en las que no me importa ahogarme todas las veces que quepan en un siempre.

Sin tomarme esto como un juego, te confieso que somos capaces de coger el mundo entero y enredarlo en tu pelo para que se pierda entre tus locas ideas y no regrese.

Que como una tormenta a cada paso anunciamos nuestra presencia allá donde vamos, azotando mares y vientos para hacernos bailar un vals lento que coordine con el ritmo de tus besos cuando te sientes lo suficientemente humana como para decirme que me quieres.

Y destrozando jaulas de la mano te confesaré que jamás habrá una historia tan bonita como las que escondes en tus mejillas sonrojadas.

Hablaremos de amor, arte y libertad, que ellos no saben nada. Que nadie entiende que amar es un acto de rebeldía.

Quiero que me digas


Capaz.


Cuando te proponga la locura de querernos libres, y romper las ausencias y distancias con el calor que guardamos en viejas fotografías.


No me hagas buscarte más entre mis estanterías.


Quédate escondida, entre los dedos de mis manos, para recordar lo bien que encajan las tuyas con las mías.


Todas las cosas más bonitas que puede haber en una persona, las he encontrado en ti.



domingo, 7 de febrero de 2016

La Pieza De Dominó Que Movió El Mundo

“¡Haced algo, haced algo, que alguien haga algo!”

Grita una muchedumbre ensalzada. Grita una madre que ve a su bebé llorar desde la ventana de un edificio en llamas.

“¡Haced algo, haced algo, que alguien haga algo!”

Grita la gente ante las injusticias sociales, las masacres, las guerras, los desahucios, los malos gobiernos, la esclavitud, los mataderos…

“Haced algo, que yo no puedo” es el mensaje que dan entre líneas. Haced algo vosotros, los valientes, los que no tienen nada que perder, los que no tienen una casa, una familia, un trabajo, una nevera que abastecer, cosas que comprarse…

Haced algo vosotros, que yo nunca me atreveré a entrar en el edificio a salvar a mi bebé, ¿cómo va una madre, tan mayor, a arriesgarse por algo que lamentará toda su vida? Hazlo tú, salva su angustia, que mire entre los dedos de sus manos, las que se lleva a la cabeza. Que ponga la otra mejilla y que no le duela.

“¡Haced algo, haced algo, que alguien haga algo!”

Grita la muchedumbre mientras los agentes de la paz golpean hasta la muerte a cuatro jóvenes que pedían ejercer su derecho a una educación digna. Haced algo vosotros, ¿cómo voy a tener yo la iniciativa? Pensamiento colectivo, ovejas aborrecidas.

¿Quién rompió los cuentos? ¿Quién mató a los héroes de las películas?

No es carnaval todavía, nos dice el calendario, para qué disfrazarse de valentía…
Para qué mover ficha si nos han quitado el juego, la cartera y el sombrero, y aún descubiertos ante lo que se nos viene encima, no somos capaces de dejar de escondernos en las esquinas. Qué miedo da cambiar las cosas, qué miedo da actuar.

Qué miedo da no tener miedo.

Qué mierda tener que aguantar.

Y es que nos lo ponen en el paladar, no es un reflejo ni en recuerdo, es una realidad. Preferimos mirar a otro lado porque aprendimos a vivir del cuento, que sale más barato pintarse la cara y llevar pañuelos.

“¡Haced algo, haced algo, que alguien haga algo!”

Gritamos, lloramos, pedimos y suplicamos. Perdemos. El tiempo y todo los que no queda por perder. Arrepentidos, arremetidos contra nosotros mismos, no sabemos a quién atacar. Nos mecemos en el precipicio y seguimos pensando que estamos a punto de llegar a tierra firme.

¡Quién mató a los héroes, quién quemó los cuentos!

Nos mutilan y asentimos con gusto a la degustación de basura. Invitados al festín siendo el bufete.
Hagamos que ellos sean el postre.

Que se arrepientan, que sientan lo que es no sentir nada. Poneos las capas, y ¡pensad! ¡Actuad! Empieza la función.

Que no queremos más cuentos ni que nos cuenten más películas, que de tanto mirar a otro lado acabamos mirando al frente, a las injusticias. Que transformamos el imperativo de tercera persona en un Yo.

En un Yo valiente, un Yo justicia, un Yo presente, pensante y activo. Que ya no nos gustan las oraciones pasivas.

Nos rasgarán las capas, brazos, piernas, manos, caras, torsos y muñecas, pero jamás podrán llegar tan lejos como nosotros. Nunca nos romperán las ideas. Nos quitarán las ganas y tendremos necesidad.

Nos quitarán la sed y tendremos hambre.

Y nos dolerá luchar, nos querremos rendir más de una vez, pero merecerá la pena volver a vernos sonreír.

Sed vuestro propio ejemplo. Sed, de cambiar las cosas. Sed, y una terrible hambruna de comernos lo malo hasta los cimientos.

Poneos las capas, que hoy vamos a ser héroes. Vamos a salvar nuestras propias vidas. Somos la liga ciudadana de la supervivencia social. Somos el puño que rompe los esquemas. Somos y seremos el pueblo, los dueños del pueblo.



Y este, es nuestro golpe maestro.


domingo, 10 de enero de 2016

La vuelta a tu cuello en sesenta días.

Noches tranquilas, días de lluvia, domingos a los que “astrománticos” se les queda corto. Días contigo.

Empezando despacio, con un contoneo de las cuerdas de una guitarra, unos chistes malos e historias viejas. Un café caliente que jamás me dará el calor que me dan tus brazos.

Una playa nocturna con estrellas hundidas en tus ojos cuando haces una pausa mientras me besas. Unos detalles a escondidas para recordarte los días más fríos. Unos besos bajo la lluvia en diciembre para que recuerdes en cada gota que veas sin mí lo mucho que puedo llegar a quererte.

Y un tazón de sueños compartidos mientras espero en la repisa de mi ventana que vengas a recogerme como Peter Pan y cambiar de vez en cuando los papeles.

Me gusta dedicarte canciones que no hablen de nosotros, que esas ya las escribiremos, porque tu Nueva York no está tan lejos de esa guitarra que solo saco cuando toco para ti. Y decir que brillas más que el Empire Stage, se me queda hasta vulgar para todos los universos que eres capaz de alumbrar incluso con los ojos cerrados.

Y alguien pensará que soy un exagerado, pero eso es porque desde luego nadie se ha parado a mirarte cuando buscas estrellas a las tantas sin venir a cuento. Con lo fácil que es mirarte al espejo.


Llevas tres meses cosiendo suturas que no paraban de abrirse, y lo haces tan bien y tan rápido que a veces me las deshago yo solito por miedo a que cuando termines, tengas que irte. Vas dejando como nuevos mis cristales rotos a golpe de besos, y acaricias todos los malos recuerdos de una forma que casi parecen historias divertidas.

Tienes toda la magia del mundo guardada en tu sonrisa, y sé que escondes universos por dentro, que aún me quedan muchos por descubrir.

Llevamos sesenta días construyendo mundos por los que viajar, aunque todas las mejores historias aún estén por escribir. Pero andamos sin prisa, improvisando el guión, que ya sabemos caminar por cornisas y cuándo subir al siguiente escalón. No le tenemos miedo al mundo porque siempre podremos aprender a rugir más fuerte. No tenemos miedo a las alturas porque al menos yo, cuando te vi, ya se me había olvidado lo que era tener los pies en la tierra. Y jamás tendremos miedo de seguir volando más alto y de ir más lejos.



Cualquier sitio es bueno si puedo estar contigo.



Y te seguiría al fin de todos los tiempos si pudiera ser tan eterno todos los días como cuando te beso a oscuras en mi habitación. Y puedes tomarte eso como una invitación a darnos de la mano el resto de mis días, porque desde la primera vez que lo hice, supe que no te quería volver a soltar.

Te extrañaré entre idas y venidas, en tus días ausentes, y me refugiaré en las pequeñas maravillas que me dejaste por recuerdos, hasta que tu ausencia sean horas, o incluso un parpadeo.

Sé que has construido una casa de madera en mi pecho, que has arreglado las goteras y las cañerías, y le has puesto calefacción nueva.



Y sé que esta vez, no se me clavarán las astillas.