Me gusta recorrer las esquinas con las yemas de los
dedos, yendo despacio por si me sorprende lo que hay al otro lado. Me gustan
los cruces, y a veces, incluso los atascos que se producen entre mis manos y
tus manos. Me recuerdan a la pausa dramática que siempre hago antes de besarte,
para no olvidarme de tus ojos.
Me gusta recorrer la carretera de tu espalda a
besos. A veces es la manera más rápida de llegar a todos los destinos. Pero
otras veces, tus pupilas hacen de portales, y con sólo mirarte a los ojos,
puedo llegar a cualquier universo.
Y a veces creo que la cosa más bonita del planeta es
verte con unos auriculares enormes sentada en el suelo, perdiéndote entre los
surcos de todos mis vinilos, retrocediendo un poco en el tiempo, sintiéndote
una bohemia parisina. Pero entonces es cuando te das cuenta que te miro desde
la puerta de la cocina, quitas los cascos, subes el volumen, y me cantas al
oído que cuando hablo, ves la vida en rosa, y que el mundo te importa una
mierda. Y empiezas a bailar, llevando el ritmo, ni me pisas, ni te piso. Por
primera vez sabemos encajar las piezas.
Pero en un momento dado, te tropiezas, para sentarte
a ver la lluvia desde la cama, con el corazón caliente y las manos frías. Unas
mantas, unos besos, un par de canciones a piano. Y me pongo a escribir en tu
espalda versos que terminan en te quieros suspirados, porque, ya sabes, las
mejores cosas siempre las escribo cuando llueve.
O cuando estás.
Odio verte llover por dentro y que los abrazos no
traspasen la piel, que los besos no curen heridas, y que las miradas y las
caricias no sequen el agua.
Me encanta cuando te pones a bailar, perdida,
dejándote llevar. Un recital privado para mí. Siempre me quedo mirándote
anonadado, preguntando si habrá algo más hermoso que verte disfrutar de las
pequeñas cosas. Siempre me sacas esa sonrisa estúpida, como el astronauta que
viaja por primera vez a la luna, viendo a lo lejos su planeta, donde no parece
tan feo.
Haces que el mundo no parezca un lugar tan horrible.
Y cuando te atacan los monstruos, yo los mato por
ti. Y cuando vienen a por mí, haces que cada rincón de tu cuerpo sea un
refugio. Y eres el mejor calor que se puede tener en las noches de invierno.
Te acurrucas en mi pecho porque no te gustan las
almohadas, y me abrazas mientras sueñas que escapamos juntos. Lejos, donde sea.
Es un sueño recurrente.
Conozco el cielo cada vez que te quedas hablándole a
mis ojos con los tuyos y les dices que vas a besarme, pero que es una sorpresa.
No sabéis lo que es felicidad si no la habéis visto
sonreír.
Sé lo que es estremecerse cuando tus pestañas
acarician mi espalda buscando algunas constelaciones.
Me haces sentir universos.
Haces que exploten, que se redistribuyan enteros,
que cada centímetro más cerca de ti me provoca otro Big Bang en el pecho, y ya
ni te cuento lo que pasa cuando no dejas ni que corra el aire.
Somos un desastre tan reconfortante que estoy
planteándome si no le habremos cambiado el sentido a la palabra. Somos tan
eternos por las noches y tan infinitos los domingos por la mañana, que hasta
las calles tiemblan cuando nos ven correr por ellas, dándonos la mano, como el
puzzle de caos perfecto. Como sólo nosotros podríamos ser.
Y me desnudas con el abrigo puesto, porque haces que
el único mundo que existe somos nosotros cada vez que nos vemos. Cada vez que
te brillan los ojos hablando de algo que te apasiona. Por ese brillo se habrían
detenido guerras.
Me haces replantearme todas las filosofías cuando me
dices que me quieres, preguntándome si no estarían todos equivocados y que el
verdadero sentido de la vida era encontrarte.
Todos los caminos terminaban en ti. Eres un instante
eterno. Eres la mejor escena que he tenido el placer de representar. Eres el
principio de todos los finales, y a veces pones fin, a todos mis principios.
Con tal de verte sonreír…
Eres la tormenta, la constelación, la pequeña
estrella, que me hace comprender por qué no puede funcionar con nadie más.
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