viernes, 20 de marzo de 2020

Fronteras

Se me han quedado dentro las imágenes de las noticias de la semana pasada, igual que la metralla en la cabeza de Malala. Se me ha grabado a fuego en la mente las fotos de niños inocentes muriendo en costas europeas, igual que los sirios llevan a fuego en la piel marcada la guerra. La estrella de seis puntas tiene seis puñales, clavados por cada década que lleva matando en Palestina ancianos y niños en pañales.  Se me hace un hueco dentro cada vez que veo murales rezando letras de maltratadores que aún muertos siguen siendo intocables. Muere gente de hambre al lado de sedes Pro Vida y muere también la pobre en América Latina abortando con perchas de forma clandestina. Habla el gran hombre blanco de la usurpación de sus terrenos y construye muros sobre enterramientos indios. “Yo me gané mi tierra, yo me gané mi pan” escucho a los soldados extranjeros mientras, dicen, ponen orden en Irak.  

He visto al mundo, pasado de vueltas, seguir girando mientras yo me paro en seco. Hay un muro entre mis ojos y los del resto. Hay un espejo que refleja un ideal. Las ausencias y los destrozos, el mal que sólo puede ver quien lo vive.  

Hay un cuerpo en la arena que no es de nadie, porque no tenía el dinero suficiente para comprarse un nombre, porque no tenía la piel lo suficientemente blanca como para salir en la tele; que ya se sabe, la imagen lo es todo.  Y veo un bote llegando del este, otro se acerca por el sur, y como si fuese subir una pendiente, tiran piedras desde arriba los que pisan tierra firme, tierra yerma, tierra fría. Porque habla la envidia por el altavoz y grita que en la cumbre de la vida no caben todos, 200 en patera, mil doscientos en avión. Y es que este pico ya ha sido conquistado, y al igual que el Everest, se ensucia si todos vienen a la vez, así que hacen sepulcros en el mar, y meten las ovejas en la boca del lobo.  

Los antiguos sabios se convirtieron en los nuevos necios, al desconocer que la civilización se define por la empatía. Un rapado grita “¡moros no!” entre las verjas del puerto en Mitilene, que separa, para algunos, una oportunidad de vida, y la muerte.  

Han volado por los aires campos de refugiados y sedes de asociaciones de inmigrantes, por si echaban de menos su día a día en Gaza. Porque estos nuevos invasores son tan peligrosos como los invadidos, “futuros terroristas en cuerpos de niños” anuncia un magnate de las armas en inglés.  

He visto las Fronteras, pintadas con banderas y esmaltadas con himnos, he visto a las diferencias poner ladrillos de un muro que, según el sitio, compiten día a día para hacerlo cada vez más alto, cada vez más alto, cada vez más alto. He visto un muro entre la verdad y la victoria, entre los que llevan cadenas y los que mueven los hilos. He visto un muro entre la televisión y la calle, entre los uniformes y mi sudadera, entre las canicas y las consolas, entre los shorts y los hiyab, entre los acentos de esta u otras tierras, entre las calles de los barrios y los que se cambian de acera. 

He visto las Fronteras plantadas entre las agonías de quien no sabe si llegará a la cena, y quien se enfada si su mujer no la tiene preparada. He visto las Fronteras, los muros invisibles entre tierras conectadas, en un mundo inaudito cómo no iba a ser posible decidir quién posee la nada. He visto las Fronteras, los muros invisibles entre tierras conectadas, los gritos aulladores intercalados con el “clin” de las monedas, tapando las voces de lo que no quieren escuchar; del silbido de las bombas, del arrastrar de sus cadenas, del socorro en sus costas, de las caídas en sus verjas. 



Y al final sólo son creyentes sin fe  
que rezan  
a un dios  

que no escucha.  

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