Nace en mí la sensación, la necesidad de vida. De revolver
los cajones en busca de las cartas que nunca escribiste. De volver a ponerme la
ropa de aquellos días. El fuego incontrolable en el centro de mí, reaviva las
extremidades, entumecidas por el suelo de la celda. Hoy ha entrado luz entre
las ventanas, y me he rendido al placer de imaginarme ahí fuera. En lugares
donde hay algo más que una cama, con personas que me esperan.
Hoy la brisa ha entrado por la ventana, silbando melodías
que por un día no recitan miedo. Y he recordado la voz inconmensurable del
mundo. El ruido del gentío, el trotar de los apresurados; la corriente del río,
y el cantar de los pájaros.
Hoy me he cansado de avanzar el calendario, y me he parado a
ver poniente, rozando el pause con las manos. Alargando la llegada de lo
inevitable, agarrando un par de horas para salir a bailar en silencio,
dedicándote un tango.
Perdí el aliento entre las noches que vi dibujar tu estela
por mi pequeña ventana, empapado de insomnio por seguir esperando tus palabras.
Entregado al eterno movimiento en medio de este estatismo estival, que no me
deja ver las flores nada más que en recuerdos.
Que no es primavera si no coges rosas, si no suena alegre
los pasos de tus zapatos. Si no te clavas las espinas entre los dedos por
querer besar sus colores. No hay razón ni credo que prohíba a un ingenuo soñar
con desterrar lo inamovible, desplantar lo enraizado, hacer hueco en tierra
firme.
Sólo puedo conservar la luz entre las paredes; yo, que
siempre quise alcanzar la fuente, y me quemé en el recorrido. Un Ícaro con una Ítaca,
y un caballo de Troya en el corazón. Conquistando el mar como un Magno, caí con
la torre en la que encerré tu bruma.
Vaya broma de mal gusto pensar en lo eterno.
Pero mi mortalidad apresurada no quiere más que la pausa de
tus días, cultivando con labranza un rosal sin espinas, naciendo de la tierra
el fruto de mi constancia. Que el cuidado lleva siempre una rutina en el pecho.
Yo sólo sé tocar crescendos con estas manos, que no conocen el descanso cuando
se trata de acunar.
Acaricio la vida en mi regazo,
esperando
que vuelva a despertar.
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