jueves, 4 de junio de 2020

Viendo las oportunidades pasar como trenes, como un vagabundo sentado en las vías. Y en cierto modo lo era, pues nunca sentí patria en ninguna tierra, y no hay valiente que ponga nombre al mar.

Desterrado por derecho propio, fui parido por un mundo que nunca me deseó. Mi rebeldía es amor por lo incierto, con la vista fija en las cumbres, aspirando a algo más. Nunca creí en un norte sin sentido, descabezado por sus propias ideas, y la malicia como veredicto. Me rindo al calor de los nombres que nacen en el sur, con la ese de silencio, de esclavo y solitud. Creo que con el sol nace en el este un nuevo horizonte hacia la vida, arrojados al peligro por los de arriba, siempre habrá luz entre las nubes.

Y miento si no asumo mi diaria derrota cuando rebota en mi cabeza el pensamiento de ingenuidad, cavilando como inútil el esfuerzo que hacen todos los que nacimos ya con la cruz. Pero veo sus puños y escucho sus voces, en ecos fugaces de los que ayer soñaron con un mundo mejor. Arranco los gritos, gañidos furiosos, que contra la cúpula del mundo hacen rebotar la luz.

Que nunca muera el saber del pueblo, de los que nunca supieron nada, aquellos que, ingenuos, sólo podían soñar. Que nunca mueran las personas cizallas, los que ven las cadenas y siegan mentiras con la hoz. Que nunca mueran los insomnes, que hacen de barreras faros en la madrugada, guiando sobre las olas a los sin voz.

Que viva el pueblo y la lucha armada. Larga vida a la rebelión.

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