viernes, 18 de junio de 2021

 Creo que somos dos caras de la misma moneda, cada uno sumergido en su propia odisea incomprendida, incomprensible para los ajenos a esta forma de sentir la vida, de tener por rumbo una brújula rota y no importar si avanzamos de espaldas.


Creo que nunca quise la fama, sólo el cariño. Que sólo fui el niño negado al que prometieron un futuro brillante en un mundo que sólo auguraba apagones. Pero encontré en la esperanza mi faro.


Creo que sólo sabemos ir a la deriva, pero construimos en nuestras verdades algo de tierra firme, y de ahí nacen las raíces de lo que un día serán los frutos entre todo el matorral de malas hierbas que a veces intentan colarse en tus jardines. Pero quiénes somos para odiarnos.


Creo que somos un par de cuerdas volando entre este revoltijo, intentando hacer un nudo que no sea corredizo, que aguante las caídas durante la escalada, construir y subir con la seguridad en las manos.


Si alguna vez nos apartan que volvamos, aunque tarde diez años en volver como a Íthaca, eres el hogar que siempre he buscado. Nos acercamos o nos alejamos siguiendo nuestra propia órbita rotativa, pero quién podría escapar de tu gravedad y magnetismo. Siempre como dos cometas, caída libre y sin frenos, la mejor manera de aprender a volar. Siempre entre dos planetas, como Marte o Venus, aprendiendo a hacer la guerra con el arte de amar. Porque es nuestra manera de enfrentarnos al mundo, a golpe de empatía, de tender la mano para escalar los muros, de hacer la piedra cuando todo sea cenizas. Nada me ha enseñado a amar tanto como tu ausencia (que siempre estás, aunque mi cabeza en ocasiones te sienta lejos). La paciencia que lleva implícita tu estancia, el descubrimiento de que se puede vivir deprisa mientras caminas lento. Y ojalá todos entendieran tu pausa. Ojalá no estuvieran condenados al intento de entenderte, porque quizá así alguien más entendería lo que siento.


Nunca podremos estar tan lejos como para olvidarnos, como para dejar de querernos. Creo que nunca podremos dejar de ser algo indefinido entre todo lo incierto, entre este barullo de seguridades que piden certeza y acierto, todo veraz y conciso, pero nuestra sinceridad está por encima de eso. Porque me encantan tus inquietudes y tus desconciertos, tus dudas y tu forma de no ser nunca eso ni aquello, esto ni lo otro. Definida por naturaleza entre lo voluble y lo mutable. Tan volátil como el tiempo en las tardes que paso contigo. Pero siempre inevitables ante la duda.


Creo que tengo un destino contigo aunque me pase la vida buscando una respuesta. Ahora creo más en lo colectivo porque he aprendido a compartir contigo más allá de la protesta. Y me propongo, como niño perdido, recuperar la costumbre de llevar tierra en los pies sin asentar nunca la cabeza.


Me he descubierto entre el hilo perdido de una camisa, hasta deshacer todas las mantas, hasta enredar todas las cuerdas. Y cada camino que sigo, siguiendo mis pies, campo a través, pisando el matojo o rozando las manos, nadando en el río o perdiendo la ruta en el mar; siempre llevas algo conmigo, siempre me haces llegar hasta ti.


No hay comentarios:

Publicar un comentario